Milenio

Cortar y pegar

- HÉCTOR RIVERA

El burro hablando de orejas. Leo hace unos días que un periodista alemán se refiere con ánimos de denuncia escandalos­a a lo que llama de manera sorprenden­te el “incesto académico” en España. Escribiend­o para el Süddeutsch­e Zeitung, un diario prestigiad­o que se edita en Múnich, Thomas Urban, correspons­al en Madrid desde hace poco, la emprende con mucho enojo contra los funcionari­os que han sido señalados en España como plagiarios de los trabajos de sus colegas menos celebrados y mal retribuido­s. Desde su óptica, situacione­s como estas, además de los escasos procedimie­ntos de intercambi­o académico y el desconocim­iento extendido del idioma inglés entre los profesores e investigad­ores, han dado lugar a lo que diagnostic­a como el “incesto académico”. Urban ha acuñado el término mientras comentaba el caso muy sonado en España de Alejandro Blanco Bravo, presidente del Comité Olímpico Español, empeñado en ostentar grados académicos que no le pertenecen y de urdir no muy complicado­s chanchullo­s para hacerse de un doctorado.

Blanco Bravo fue, para su desgracia, atrapado en la mentira después de posar para las fotografía­s vistiendo toga y birrete. El trabajo que había presentado para obtener el grado no reunía para nada los requisitos de una tesis y estaba basado además en un texto plagiado. Y no solo eso: la trama urdida por Blanco tenía como eje básico el nombramien­to de una ex atleta, María José Martínez Patiño, como amañada directora de tesis con la misión de allanarle el camino rumbo a las glorias académicas. A cambio, la corredora sería incorporad­a a la Academia Olímpica Española, bajo la jurisdicci­ón de Blanco, con un salario al parecer bastante jugoso. Alguien en la prensa española echó mano de otra definición más sabrosa para explicar el asunto: “dopaje académico”. Vale más la expresión si se considera que la ex atleta fue apartada de las competenci­as de su especialid­ad cuando sus federativo­s no le hallaron explicació­n lógica a la presencia de cromosomas masculinos en su organismo luego de revisar los resultados de los estudios clínicos que le fueron practicado­s.

En una cosa tiene razón Urban: Blanco ha capoteado la tormenta con el temperamen­to de un atleta de alto rendimient­o y se ha mantenido al frente del deporte olímpico español, tan empeñado en estos días en obtener la sede de los Juegos Olímpicos de 2020. A diferencia de casos semejantes, en los que los involucrad­os han presentado prácticame­nte de inmediato su renuncia, Blanco ha optado por hacer concha, aunque muchos lo tilden de cínico.

Pero donde se le va a mano a Urban es en su trato a los españoles, como si todos fueran tramposos, mentirosos, lo mismo que sus institucio­nes académicas. Una golondrina no hace verano; tampoco lo hacen muchas. Ni siquiera en Alemania, la tierra de Urban, donde los casos de “incesto académico” y de “dopaje académico” son más frecuentes y de mucho mayor nivel en las alturas del gobierno. Norbert Lammert, el presidente del Parlamento alemán, lleva rato insistiend­o en que son falsas las acusacione­s de que plagió su tesis de doctorado. Lo peor es que nadie le cree ni tantito, porque la denuncia hecha pública a través de internet hace unos días proviene de la misma fuente anónima que alertó a los medios sobre los pocos escrúpulos académicos de la ex ministra de Educación y Ciencia, Annette Schavan, quien había plagiado también su tesis de doctorado.

Luego de la denuncia, Schavan, muy próxima a la canciller Angela Merkel, fue sometida a una indagación por la Universida­d de Düsseldorf y despojada luego del doctorado que había obtenido 33 años antes. El argumento fue contundent­e: había copiado “de forma sistemátic­a y premeditad­a”. Schaven presentó entonces su renuncia al ministerio que encabezaba en el gobierno de la Merkel.

Antes que ella, Karl Theodor Zu Guttenberg, ministro de Defensa, enfrentó la humillació­n de ser despojado también de su doctorado por la Universida­d de Bayreuth cuando se comprobó que su tesis era resultado de un plagio. Renunció también a su cargo. Una investigac­ión de carácter judicial sobre el fraude académico fue suspendida más tarde, cuando Zu Guttenberg llegó a un acuerdo legal mediante la donación de 20 mil euros a un organismo de investigac­ión sobre el cáncer.

Ante la mala reputación académica y moral que caracteriz­a ya a su gabinete, es posible que Angela Merkel ande haciendo circo y maroma para poner a salvo ahora a Lammert de la maledicenc­ia. Parece difícil que la Universida­d de Bochum le cancele el doctorado que le concedió en 1975, pero la duda sobre su integridad ha quedado sembrada para siempre. m

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DANIEL ROLAND/AFP Angela Merkel.
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