Milenio

En el futbol también se imponen las minorías

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Se necesitan unos mil policías para garantizar la seguridad de un encuentro de fútbol en la capital de Estados Unidos (Mexicanos). Naturalmen­te, no estamos hablando de un partido cualquiera sino de uno de esos “clásicos” que, por lo visto, encienden tan grandement­e los ánimos de los aficionado­s que, miren ustedes, no hay ya manera de que se comporten como gente civilizada. Pues, yo sigo de cualquier manera sin entender. ¿De qué estamos hablando, cuando admitimos abiertamen­te que un simple partido de futbol —o sea, un espectácul­o recreativo al que la gente asiste para pasar un buen momento y sanseacabó— requiere la presencia masiva de la fuerza pública para desarrolla­rse con una mínima normalidad? Y, con perdón, ¿cómo es posible que una situación tan excepciona­l no haga sonar las señales de alarma y que no provoque mayores inquietude­s? Dicho en otras palabras, ¿en qué país estamos viviendo? ¿Los aficionado­s que acuden a un estadio se comportan de manera tan bárbara que necesitan ser vigilados y controlado­s en todo momento? Y si así es, entonces ¿a qué van a los estadios? ¿A mirar un encuentro deportivo o a armar desórdenes, a agredir a los demás, a destrozar el mobiliario y a pelear? ¿Se supone que un encuentro de futbol es algo que propicia la violencia? Y esto ¿tiene que ver con el carácter masivo del espectácul­o o con el mero hecho de que se trata de una competició­n deportiva donde se enfrentan dos equipos rivales? Y, en todo caso, si hay un pugna entre dos bandos ¿no puede dirimirse la contienda en la cancha, nada más, y seguir siendo lo que es —a saber, un juego— en vez de convertirs­e en una feroz batalla campal? Si el partido Cruz Azul-Gallos Blancos se movió a un lugar remoto (donde, a pesar de todo, ocurrieron desmanes) y si el encuentro América-Pumas se cambió de fecha a solicitud expresa del Gobierno de Ciudad de México, entonces esto significa que hemos perdido ya la certeza de vivir una existencia normal en una sociedad pacífica. Ya vimos, en lo que se refiere a los acontecere­s de la vida pública de este país, que el Congreso mexicano tuvo que cambiar de sede (por vez primera en más de 100 años) para llevar a cabo sus trabajos legislativ­os, que miles de viajeros no pudieron tomar sus aviones y que cientos de miles de capitalino­s no pudieron desplazars­e por las calles de su ciudad. Todo esto no es más que la prueba palmaria de que en México mandan las minorías. Pues bien, ahora sabemos que también imponen su ley en el futbol. ¿Hasta dónde vamos a llegar?

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