Milenio

Silvio Rodríguez, descubrido­r de goteras

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Escribí hace poco sobre unas declaracio­nes de Silvio Rodríguez, hechas el año pasado, en las que manifiesta su desencanto con el régimen castrista. Salí a las calles –dice– y descubrí que la gente está “jodida, muy jodida”. Ahora sabemos exactament­e a qué salió. Pueden descubrirl­o en Youtube si teclean Canción de barrio, un documental dirigido por el debutante Alejandro Ramírez Anderson.

Canción… avanza por dos caminos que se alternan. Buena parte de la película nos muestra a Rodríguez en diversos conciertos al aire libre, en las barriadas habaneras, transforma­do en todo un disidente. Porque es cierto que canta su viejo repertorio, ese que glorifica con fiebre metafórica a la revolución, pero ahora también es posible verlo recitar, solemne, quién sabe qué versos que apuestan a recuperar la herencia republican­a de Maceo y por supuesto la de Martí, que se revuelve en la tumba desde que el castrismo lo convirtió en un guevarista avant la lettre. Si son de los que creen que el legado musical de Rodríguez trasciende sus componenda­s con el régimen esta peli les va a encantar, porque el comandante en jefe de la Nueva Trova no sólo nos receta sus hits, sino que lo hace acompañado de un nutrido grupo de famosos, desde Omara Portuondo hasta Amaury Pérez y hasta alguno de esos hiphoperos a los que tan mal se solía mirar desde los ámbitos oficiales.

En cambio, los que tampoco podemos con su música esperamos con ansia que termine el fragmento de tocada en turno, sobre todo las explosione­s populares de gratitud hacia el trovador —los consabidos “Ya era hora de que alguien nos hiciera caso y tenía que ser este prohombre”—, y las cámaras se vayan a otro lado, el más interesant­e: a la ciudad verdadera, la que se queja de la dejadez oficial, la burocracia, el desabasto, la miseria sin paliativos ni “dignidad” —pinche palabra. Porque Ramírez Anderson hacer algo inédito, que es dar voz insitua los cubanos que podríamos llamar “de a pie”, los pobres, los que no pertenecen al mirreinato castrista, y meter las cámaras a sus casas y sus calles: terracería, perros famélicos, refrigerad­ores que sirven como alacenas porque no hay luz, goteras hasta donde no hay techos. Es notable. La narrativa termina por resultar tediosa, pero el documento es valioso en su excepciona­lidad.

Qué bueno que el camarada Rodríguez rectifique y descubra por fin las goteras. Lástima que no lo hizo antes, cuando fue diputado, sin el paraguas de Obama: le hubiera venido bien a sus representa­dos.

¿No es de él lo de “la ciudad se derrumba y yo cantando”? m

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No lo hizo antes, cuando fue diputado.

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