Un recuerdo
Traigo un recuerdo y lo quiero poner aquí como un amuleto contra el olvido. Luis Miguel Aguilar y yo viajamos a Londres para encontrarnos con Carlos Fuentes. La misión editorial: crear un consejo de escritores para la revista Nexos. En Londres nos esperaba José María Pérez Gay.
Carlos Fuentes pasaba los 75 años y era un vendaval de energías cósmicas. Atravesaba la Oxford Street a paso vivo, como si fuera un joven colmado de sueños. Mi hermano cojeaba de la pierna izquierda, seguía a Fuentes con dificultad.
Todo iba bien hasta que Fuentes nos invitó al teatro. La obra de moda, Copenague, la histórica reunión Bohry Heisenberg. Una obra de austeridad beckettiana y largos parlamentos agudizados por mi ignorancia del idioma inglés. Pensé que me daba el soponcio. No miento.
En algún momento de la obra vi cómo mi hermano dormitaba quitado de la pena mientras aquellos genios disertaban sobre la bomba atómica. Eres un cabrón, le dije cuando salimos, te dormiste toda la obra y te valió madres. No dormí, me respondió, cerré los ojos para concentrarme.
El cinismo recibe siempre un castigo. Bueno, no siempre, lo admito. Al día siguiente, Fuentes dijo con voz de mando: atravesemos el cementerio y comamos carne de jabalí. Huesos y carne de jabalí, le dije a Luis Miguel: esto pinta muy mal. Fuentes arrancó a caminar como un militar de las letras entre tumbas, lápidas, flores de la memoria.
El sol rajaba piedras. Mi hermano cojeaba, sudaba, jadeaba y trataba de detener a Fuentes con trucos ingenuos. Se detenía ante una tumba resoplando y decía: Carlos, mira esta lápida. Fuentes le decía: no es nadie, Chema, los voy a llevar a la última morada de Dickens. Mi hermano llegó al restorán molido, una piltrafa. Le dije: este es tu castigo por dormirte en el teatro.
Al salir del restorán, Fuentes nos dijo que tenía un compromiso y desapareció. Vi la cara de alivio de Pepe. Se acercaba a los 60 años y tenía un humor de viento y alas. Lo veo de nuevo en mi memoria esperando un taxi inglés. ¿Estábamos en Kensingnton? No lo sé.
Dejo aquí este amuleto contra el olvido a dos años de la muerte de mi hermano. Frente a su ataúd, me acordé de esta historia. Me reí con ganas de fastidiarlo. Siempre hay que reír, la risa es un fi ltro contra la adversidad. Sí, lo extraño. M