LOS MECHONES
En la película La escopeta nacional (Luis García Berlanga, 1978) se cuenta la historia de un fin de semana de cacería, en el coto de un aristócrata, donde políticos, empresarios y arribistas españoles cazan, o pretenden cazar, animales, mientras proponen, cierran o dinamitan negocios que poco tienen que ver con la actividad de meterle un tiro a un ciervo o a una codorniz. La cacería es el pretexto y el coto, el escenario de los negocios, con frecuencia turbios, que se hacían en España en la época del franquismo. La película es divertidísima, es la contraparte de otra, también de cazadores, que dirigió Carlos Saura en 1965, Lacaza; una historia dura y profunda, rodada en un pulcro blanco y negro y llena de pulsiones oscuras.
En La escopetanacional, Berlanga nos presenta un aristócrata mayor, que tiene sus aposentos en el coto, y que aprovecha los negocios que hacen los hombres para entrar en contacto con las esposas. Por ejemplo, mientras un empresario catalán trata de colocar sus interfones a un político de Madrid, el viejo aristócrata seduce a su esposa para que le obsequie aquello que desea ardientemente, esa pieza minúscula que, mientras los demás cazan venados, el pretende cazar. El aristócrata aborda a las mujeres de los cazadores, se las lleva a sus aposentos y una vez ahí les pide un pelo del pubis para su colección que él, para cerciorarse de su autenticidad, se empeña en cortar. Las mujeres terminan accediendo a la petición del aristócrata y este, cacería tras cacería, va formando una colección etiquetada de pelos púbicos, convenientemente ordenados en frascos que luego observa en la soledad de su cama, y se entusiasma hasta el ardor y ya no cuento más por si alguien se anima a ver esta estupenda película, precedida por la de Carlos Saura, que es, como digo, su contraparte.
Me acordaba del coleccionista de pelos de Berlanga cuando leí de una subasta que se hará, mañana jueves, en la casa Sotheby’s, de dos mechones de pelo, no púbico sino de la cabeza, de Mozart y de Beethoven. Empecemos estableciendo que una cosa es la colección del aristócrata, que está conectada claramente al erotismo senil, a la posesión de la parte con la ilusión de que se posee todo el cuerpo, y otra cosa muy distinta es el tener el mechón de pelo de un músico genial pero muerto hace ya muchos años. El pelo de aquellas señoras estaba directamente conectado con esa zona del cuerpo femenino que el aristócrata de Berlanga idolatraba, es decir, se trataba de una costumbre, de una patología si se quiere, que tenía una lógica impecable y una poderosa narrativa cuyo fermento vendría siendo: venero el pubis femenino luego entonces colecciono amorosamente pedacitos de este. Pero ¿cuál es la lógica, la erótica, del apego al mechón de Mozart o de Beethoven? Quizá se trate de la misma pulsión: se quiere poseer una parte de aquello que se admira de manera apasionada. Pero el aristócrata de Berlanga seducía para obtener el objeto de su deseo, se esforzaba para convencer a las señoras de que lo dejaran aplicar sus tijeritas y luego las homenajeaba en la repisa de los botes; en cambio quien quiera el mechón de Mozart, que viene encapsulado en una suerte de camafeo dorado, tendrá que pujar mañana en Sotheby’s a partir de las 12 mil libras esterlinas (283 mil pesos). Según dice el pliego que acompaña al camafeo, el mechón fue cortado cuando Mozart murió, cuando el músico ya era un cadáver, nada que ver con lo vivas que estaban las damas cuando el aristócrata aplicaba sus tijeritas. El pliego también dice que el mechón del músico, que murió a los 35 años, fue pasando de generación en generación, de una familia a otra hasta hoy, o hasta mañana, cuando el mechón quede en manos de la siguiente familia, y además añade que fue Constanza, viuda de Mozart, la que obsequió el trozo de cabello al director alemán Karl Anschütz, y que este, a su vez, lo dio al músico Arthur Somervell, que murió en 1937, pero el mechón ha permanecido en su familia, y mañana algún Somervell cosechará una buena cantidad de libras en la subasta.
Ya en el año 2002 se subastó otro mechón de Mozart, que vendió la familia de la amante de uno de los hijos del maestro, por 38 mil libras esterlinas (897 mil pesos). A esta pieza la acompañará un mechón de Beethoven, blanco porque era ya mayor, aderezado con la invitación al funeral del músico; el precio de este paquete empezará en 3 mil libras esterlinas (70 mil 800 pesos). Un dato nada despreciable lo aportó en su tiempo un amigo íntimo de Beethoven, Gerhard von Breuning, quien declaró que cuando asistió al funeral, en 1827, se encontró al cadáver de su amigo todavía tibio pero ya sin ningún pelo, su blanca cabellera había sido depredada, en una modalidad tétrica del “robo hormiga”, por sus admiradores. No hay ninguna duda sobre la procedencia de los pelos que coleccionaba el aristócrata de Berlanga: el que estaba en el frasco cuya etiqueta decía Pili, había pertenecido a la señora Pili pero, ¿cómo sabemos que los mechones de los músicos son auténticos? m