Milenio

Asombros del vaticinio

- GILBERTO PRADO GALÁN LA gilpradoga­lan@gmail.com

La palabra vate, avisa J. Corominas, proviene del latín vates y significa profeta, adivino. Es evidente su conexión semántica con la voz vaticinio, cuyos sinónimos, según la RAE, son predicción, adivinació­n, pronóstico. Solo los grandes espíritus pueden adivinar el modo de su muerte, esto es, las coordenada­s crono-tópicas (tiempo y lugar) de su desaparici­ón. De suerte que, por ejemplo, en “Cantares” Antonio Machado predijo su fin: “Murió el poeta lejos del hogar./Le cubre el polvo de un país vecino./Al alejarse le vieron llorar. Caminante no hay camino/se hace camino al andar”. Sabemos que el enorme poeta murió en la frontera con España (Colliure), es decir, en un país vecino. Y además su madre, Ana Ruiz, cumplió la promesa, el vaticinio: “Estoy dispuesta a vivir tanto como mi hijo Antonio”. La madre del poeta le sobrevivió tres días y con gran agudeza descreyó las mentiras piadosas respecto de por qué estaba vacío el lecho de su vástago. Así son las corazonada­s de las hacedoras de la vida. Y yo recordé la muerte de Vallejo en un artículo dedicado al futbolista Sócrates:

Más certero fue el ex capitán de la selección brasileña en los mundiales de España (1982) y de México (1986) que el inmenso poeta peruano César Vallejo en la premonició­n de su muerte: “Quiero morir un domingo y que Corinthian­s levante un título ese día”, dijo el fino centrocamp­ista carioca en 1983 y su profecía se cumplió cabalmente: Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira murió el domingo 4 de diciembre de 2011 en el hospital Albert Einstein de Sao Paulo. Había nacido en Belén el 19 de febrero de 1954. En la otra orilla la profecía del amauta, en su poema “Piedra negra sobre piedra blanca”, se cumplió a medias: “Me moriré en París con aguacero,/un día del cual tengo ya el recuerdo./Me moriré en París –y no me corro-/tal vez un jueves como es hoy de otoño”. Vallejo murió un Viernes Santo en París y con llovizna.

Podría parecer mera coincidenc­ia, pero la profecía del doctor Sócrates fue, por decir lo menos, tan certera como asombrosa: saber dónde y cuándo uno va morir es un don prodigioso: “Me moriré en Torreón con tolvanera”.

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