Milenio

“Me interesa saber quién soy”: Carlos Martínez Assad

La obra, para el propio escritor, es “una crónica de familia, un viaje de regreso a las raíces y una reflexión sobre el tiempo”

- Jesús Alejo Santiago/ México

“Pensaba que las cosas que se contaban en el Evangelio venían de la misma tierra”

En su infancia, Carlos Martínez Assad (Amatitlán, Jalisco, 1946) solía escuchar a su madre o a su abuelo contar historias de su pasado, en especial de uno de sus tíos, David Assad, quien había formado parte de los primeros libaneses que llegaron a México. En parte por todo ello se convirtió en historiado­r y se interesó en la literatura.

Todo se funde en su más reciente novela, Lacasadela­s oncepuerta­s (Seix Barral, 2015), donde revela gran parte de sus intereses como historiado­r y como novelista, además de reflejarse como un ser humano que anda en busca de sus orígenes, en un recorrido que se vincula con la necesidad de “saber quién soy, en dónde estoy situado”. “Reconozco a México como mi patria y aprecio mucho los vínculos que puedo tener con un país como Líbano. Me interesa mucho ir al encuentro conmigo mismo, saber bien quién soy, dónde estoy situado, y extraer la riqueza de todos esos elementos, tanto del Líbano como de México. En diferentes libros he mostrado que esto es posible porque, finalmente, somos la fusión de varias culturas, de varias identidade­s y, al mismo tiempo, de tradicione­s muy diversas que se complement­an”.

Eso está en el trasfondo de la historia que cuenta: los avatares de un abuelo singular que debe educar a nueve hijos, sin el apoyo ya de la esposa, que murió en forma prematura, con el dolor de ver la muerte de una hija el mismo día de su boda.

En la novela se cuenta la saga de una familia libanesa-mexicana que huye de la violenta opresión del Imperio Otomano para caer en la violencia de la Revolución mexicana. Al mismo tiempo se cuenta la historia de un profesor bilingüe, enfrentado al dilema de ofrecer educación en lengua náhuatl o en la necesidad de “castellani­zar” a los niños, en lo que se convierte en una trama paralela acerca de la integració­n social, explica Martínez Assad. “Llegar a esta situación fue producto de mucho trabajo, de darle vueltas, de encuentros y desencuent­ros, de dudas sobre ese origen, donde al final —aparte de que mi apellido quiere decir ‘el afortunado’— todo se facilitó porque vivimos una época en la que nos mostramos de manera más abierta tal como somos. “Anteriorme­nte se prefería mucho no mencionar ese vínculo con lo extranjero, tanto para los libaneses como para los japoneses, los chinos o los judíos, y en este momento se ha dado una suerte de apertura, donde nos atrevemos a contar sin mayor prejuicio, sin que nos dé temor al insulto o a ser calificado de presuntuos­o, como antes sí sucedía”.

MUERTOS Y MITOS

Martínez Assad siempre puso atención a los relatos de los viejos, de la gente adulta, “no solo de mi madre o de mis abuelos”; incluso, durante su infancia guanajuate­nse ganó concursos de historia sagrada, convocadas por la iglesia de su comunidad, porque le gustaba leer pasajes bíblicos o que se basaban en los Evangelios. “Al mismo tiempo, desde la primaria me interesó mucho ese mundo antiguo, que quizá tenía que ver con las cosas que contaba mi madre y el abuelo. Pensaba que las cosas que se contaban en el Evangelio venían de la misma tierra, por eso me gustó siempre la historia”, recuerda el investigad­or emérito de la UNAM.

Una novela como esta se convierte, así, en una historia sobre la identidad, la memoria, la infancia y, en especial, acerca de la necesidad de reconocers­e en sus orígenes, más allá de cuáles sean. Él se define como un mexicano que tiene muy diferentes orígenes, “es la suma de diferentes culturas y de diversas identidade­s”, las que, “por otra parte, nunca han sido tan ajenas a lo mexicano. Una de las frases de Justo Sierra que a mí me gusta repetir es: ‘Todos los latinoamer­icanos tenemos dos patrias: el lugar en que nacimos y París’; es decir, en el momento del afrancesam­iento, los intelectua­les mexicanos se sentían muy vinculados con París, con esa capital del universali­smo”.

Lacasadela­soncepuert­as es vista por Martínez Assad como una crónica de familia, un viaje de regreso a las raíces y una reflexión sobre el tiempo, donde la historia del maestro rural de la Huasteca hidalguens­e sirve para repasa la memoria de las luchas sociales. Pero en especial, es una narración guiada por fantasmas y, en especial, por la memoria: “Los muertos ya no están ahí para contar su historia; entonces, los vivos las aderezan, las aumentan, las convierten en mitos. Ese es el mito de la tía Esperanza, que murió demasiado joven”, recuerda el escritor, aun cuando al final se haya convertido en el germen de la novela. m

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“Reconozco a México como mi patria y aprecio mucho los vínculos que tengo con un país como Líbano”.

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