Jurassic World: el híbrido
Dicen en serio quienes cultivan y profesan la creencia de vida inteligente extraterrestre que no hay interés científico mayor que la investigación del fenómeno ovni con la recompensa, algún día, de demostrar su existencia de forma tal que todo escéptico quede convencido, y no solo con videos de dudosos origen y veracidad o testimonios a menudo similares, letra por letra, a episodios de algún filme clásico de ficción.
Hay otros, como el fusilero, que instalados hoy en el escepticismo sobre esa y otras historias inverosímiles, disfrutan tales debates y dan seguimiento a las novedades del tema, ya sean libros de investigación o novelas, documentales serios o recreaciones fílmicas sin objetivo alguno distinto al entretenimiento.
Con ese ánimo leyó el fusilero, en su momento, la novela Jurassic Park (Ballantine Books, 1990), de Michael Crichton, y también vio la película homónima dirigida por Steven Spielberg (1993). Dada la investigación científica que da sustento a la historia, no es exagerado pensar que otro interés mayor pueda ser, a partir de la clonación y otras técnicas de manipulación de ADN, la hazaña de traer algún día a los dinosaurios de vuelta a la vida.
Sin trastocar el hecho indiscutible de que se trata de una novela, de una narrativa de ficción, Crichton se asesoró con cuatro luminarias de la paleontología estadunidense: Robert Bakker, John Horner, John Ostrom y Gregory Paul. También retomó ideas sobre material genético de especies extintas, paleo-ADN, articuladas en primera instancia por Charles Pellegrino, con base en una investigación de George Poinar Jr. y Roberta Hess, miembros del Extinct DNA Study Group de Berkeley.
Así fue como escribió el capítulo sobre la extracción de ADN de dinosaurio a partir de un mosquito atrapado en ámbar por 65 millones de años, lo que permitió su manipulación con material de anfibios contemporáneos. Como usted sabe, si vio la saga de películas, un empresario se asocia con otros millonarios para crear el Parque Jurásico, una especie de Disneylandia o Africam Safari en el que los visitantes recorren en un auto distintas áreas en las que pueden ver a las bestias antediluvianas de vuelta a la vida. Hasta que el experimento se sale de control.
El tiranosaurio rex y los raptores, que no velocirraptores, son la sensación de la primera entrega, en la que también aparecen gigantes saurópodos (herbívoros en cuatro patas) y el célebre triceratops. Para la segunda parte, El mundo perdido (Spielberg 1997), ya figuran el estegosaurio y en su final ecologista los pterosaurios, reptiles voladores cuya mayor especie es el Quetzalcoatlus, con 12 metros de envergadura de una ala a la otra.
Joe Johnston toma la dirección para la tercera parte en 2001 con la inclusión de un nuevo invitado, el espinosaurio, un depredador que, en fechas recientes, se ha comprobado que es el único hasta ahora hallado, su fósil, por supuesto, que se movía con la misma soltura en tierra como en el agua. Hay que recordar que las especies que vivían en el mar, contemporáneas de los dinosaurios, son reptiles marinos, como el plesiosaurio (del que surge el mito de Nessie en Escocia) y el mosasaurio, que debuta en la saga con la cuarta entrega estrenada esta semana, Jurassic World (Colin Trevorrow 20015), con suertes tipo orca y delfín de acuario.
Sin embargo, la figura principal será una nueva especie, Indominus rex, híbrido creado a partir de la combinación de ADN de cuatro diferentes terópodos (carnívoros en dos patas), ideado todo por el ahora productor Spielberg, como lo reconoció el realizador en la entrevista a Susana Moscatel publicada ayer en MILENIO Diario. Como si no fuera suficiente el solo hecho de sacar de la extinción a la fauna antediluviana, ya de por sí logro científico mayor en espera de superar algún día la barrera de la ficción. m