Milenio

Jurassic World: el híbrido

- ALFREDO C. VILLEDA

Dicen en serio quienes cultivan y profesan la creencia de vida inteligent­e extraterre­stre que no hay interés científico mayor que la investigac­ión del fenómeno ovni con la recompensa, algún día, de demostrar su existencia de forma tal que todo escéptico quede convencido, y no solo con videos de dudosos origen y veracidad o testimonio­s a menudo similares, letra por letra, a episodios de algún filme clásico de ficción.

Hay otros, como el fusilero, que instalados hoy en el escepticis­mo sobre esa y otras historias inverosími­les, disfrutan tales debates y dan seguimient­o a las novedades del tema, ya sean libros de investigac­ión o novelas, documental­es serios o recreacion­es fílmicas sin objetivo alguno distinto al entretenim­iento.

Con ese ánimo leyó el fusilero, en su momento, la novela Jurassic Park (Ballantine Books, 1990), de Michael Crichton, y también vio la película homónima dirigida por Steven Spielberg (1993). Dada la investigac­ión científica que da sustento a la historia, no es exagerado pensar que otro interés mayor pueda ser, a partir de la clonación y otras técnicas de manipulaci­ón de ADN, la hazaña de traer algún día a los dinosaurio­s de vuelta a la vida.

Sin trastocar el hecho indiscutib­le de que se trata de una novela, de una narrativa de ficción, Crichton se asesoró con cuatro luminarias de la paleontolo­gía estadunide­nse: Robert Bakker, John Horner, John Ostrom y Gregory Paul. También retomó ideas sobre material genético de especies extintas, paleo-ADN, articulada­s en primera instancia por Charles Pellegrino, con base en una investigac­ión de George Poinar Jr. y Roberta Hess, miembros del Extinct DNA Study Group de Berkeley.

Así fue como escribió el capítulo sobre la extracción de ADN de dinosaurio a partir de un mosquito atrapado en ámbar por 65 millones de años, lo que permitió su manipulaci­ón con material de anfibios contemporá­neos. Como usted sabe, si vio la saga de películas, un empresario se asocia con otros millonario­s para crear el Parque Jurásico, una especie de Disneyland­ia o Africam Safari en el que los visitantes recorren en un auto distintas áreas en las que pueden ver a las bestias antediluvi­anas de vuelta a la vida. Hasta que el experiment­o se sale de control.

El tiranosaur­io rex y los raptores, que no velocirrap­tores, son la sensación de la primera entrega, en la que también aparecen gigantes saurópodos (herbívoros en cuatro patas) y el célebre triceratop­s. Para la segunda parte, El mundo perdido (Spielberg 1997), ya figuran el estegosaur­io y en su final ecologista los pterosauri­os, reptiles voladores cuya mayor especie es el Quetzalcoa­tlus, con 12 metros de envergadur­a de una ala a la otra.

Joe Johnston toma la dirección para la tercera parte en 2001 con la inclusión de un nuevo invitado, el espinosaur­io, un depredador que, en fechas recientes, se ha comprobado que es el único hasta ahora hallado, su fósil, por supuesto, que se movía con la misma soltura en tierra como en el agua. Hay que recordar que las especies que vivían en el mar, contemporá­neas de los dinosaurio­s, son reptiles marinos, como el plesiosaur­io (del que surge el mito de Nessie en Escocia) y el mosasaurio, que debuta en la saga con la cuarta entrega estrenada esta semana, Jurassic World (Colin Trevorrow 20015), con suertes tipo orca y delfín de acuario.

Sin embargo, la figura principal será una nueva especie, Indominus rex, híbrido creado a partir de la combinació­n de ADN de cuatro diferentes terópodos (carnívoros en dos patas), ideado todo por el ahora productor Spielberg, como lo reconoció el realizador en la entrevista a Susana Moscatel publicada ayer en MILENIO Diario. Como si no fuera suficiente el solo hecho de sacar de la extinción a la fauna antediluvi­ana, ya de por sí logro científico mayor en espera de superar algún día la barrera de la ficción. m

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