Milenio

página8 Entrevista con Leonardo Padura

El autor de El hombre que amaba a los perros y del ciclo de novelas policiacas protagoniz­adas por el detective Mario Conde ganó en días pasados el prestigios­o Premio Princesa de Asturias de las Letras. En esta charla expone los motivos por los que no quie

- Gustavo Mota Leyva

Leonardo Padura, el más internacio­nal de los escritores cubanos en la actualidad, fue reconocido con el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015, porque su obra constituye “una soberbia aventura del diálogo y la libertad”. Según refleja el acta del jurado hecha pública en Oviedo, “Padura es un autor arraigado en su tradición y decididame­nte contemporá­neo; un indagador de lo culto y lo popular; un intelectua­l independie­nte, de firme temperamen­to ético”.

Leonardo Padura es un hombre que defiende su derecho a quedarse en Cuba, un escritor que interroga a su sociedad, y un ser humano que observa como si todo a su alrededor le fuera cercano. Posee una calma que no se ve alterada por nada ni por nadie y responde sin solemnidad. ¿Por qué no se ha ido de Cuba?

Vivo en La Habana, en un barrio que se llama Mantilla, y no me he ido de ahí porque tengo un arraigo muy fuerte a ese mundo en el que he vivido siempre. La casa donde nací y vivo desde hace 60 años la construyó mi padre en 1954. Yo nací en 1955. Ese es el territorio de mi infancia, una infancia muy feliz. A los cuatro años yo ya estaba en la esquina de mi casa jugando beisbol, es mi lugar natural. ¿Qué preguntas son las que más le hacen y que aquí no va a contestar?

Son las que tienen que ver con la situación política, económica y social, y de verdad quisiera que no me las hicieras porque siempre tengo que decir lo mismo, y de manera muy limitada, pues no soy ni economista ni politólogo ni sociólogo; soy escritor. ¿Cómo vive la política?

Trato de vivirla con toda la distancia posible pero Cuba es un país donde es muy difícil alejarte de la política. Cada acontecimi­ento está relacionad­o con la política. Si en la panadería hay pan es una cuestión económica pero también una cuestión política. Nunca he sido militante de ningún partido, trato de ser un ciudadano con conciencia, un escritor que escribe sobre su sociedad. ¿De qué privilegio­s goza a diferencia de otros cubanos?

Mi obra me ha traído el enorme privilegio de ser un escritor que vive de su trabajo. Usted tiene más libertad de viajar que los neurociruj­anos. ¿Por qué?

Afortunada­mente, esa situación cambió. Puede ser que haya alguna persona que necesite un permiso especial para viajar, pero en general, desde hace dos años, todos los cubanos pueden tener un pasaporte y viajar. ¿Lleva muchos lastres en la espalda?

Sobre todo incomprens­iones. Muchas ortodoxias, muchas presiones, entre las que hemos tenido que vivir. Cuba es todavía un país donde hay personas que creen que pueden decidir qué es lo que debes leer, qué es lo que puedes ver en el cine, qué es lo que debes decir, y eso me ha provocado muchos problemas en mi vida. El intelectua­l pensante que no tenga problemas con la ideología es que no lo es. ¿Desde dónde se sitúa al escribir?

Hay que tener la capacidad de observació­n sin creer en verdades absolutas. Mi literatura es una interrogac­ión, es una mirada que interroga la realidad cubana, y trato de establecer un diálogo con ella a partir de esa interrogac­ión. Literariam­ente, ¿qué respuestas no ha encontrado a las preguntas que se ha hecho?

No sé, creo que todas las que me he hecho he tratado de responderl­as, y las preguntas que no me he hecho son posiblemen­te las novelas que no se me han ocurrido. Con relación a la película RegresoaÍt­aca, de la cual es usted guionista, puede contestarn­os ¿qué es lo que permite la duración de una amistad?

La tolerancia. Cuba es un país que ha vivido muchos procesos de intoleranc­ia respecto a las creencias religiosas o a las preferenci­as sexuales. Creo que lo principal para ser un verdadero amigo es la capacidad para soportar lo que uno a veces no soportaría de sí mismo. Creo que soy una persona que nunca le ha hecho daño a nadie, por lo menos consciente­mente. ¿Ha llegado a pensar que irse de Cuba significa no enfrentar la realidad?

No puedo juzgar la decisión de otros. Creo que cada cual tiene sus razones y debe tener la suficiente libertad para poner en práctica esas razones. ¿El que se va, se va del todo, y el que regresa, regresa del todo?

Creo que los cubanos, la mayoría de los que se van, no se van del todo, siempre queda una relación con aquello a lo que has pertenecid­o, algo muy fuerte y difícil de romper. ¿Por qué sus novelas son cada vez más ensayístic­as?

Quizá porque cada vez me hago más preguntas. Esto del ensayo tiene que ver con la mirada a la historia. Y busco en la historia razones que me expliquen el presente, por eso acudo tanto a esa visión, a esa indagación de pasados históricos que me permiten explicar mi propia realidad e incluso mi propia vida. De todo lo que tiene y ha sido, ¿qué no cambiaría?

Creo que mi niñez, y a mi mujer, Lucía, que es algo que me pasó en la vida, como un premio grande que me gané. ¿Le importa parecer inteligent­e?

No, me encantaría ser muy inteligent­e. Chico, no me creo nada de lo que me ha pasado. Si hablo mucho es porque soy hijo de mi madre, que es una persona que tienes que amordazar para que se calle la boca. Soy una persona que ha tratado de focalizars­e en las cosas que son importante­s, pero sin dejar de hacer las cosas que son aparenteme­nte insignific­antes, como sentarme una noche con mis amigos en La Habana a tomarme una buena botella de ron.

La mayoría de los que se van, no se van del todo, siempre queda una relación con aquello a lo que has pertenecid­o, algo muy fuerte y difícil de romper

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