Milenio

Con López Obrador, ni a la esquina

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Vaya novedad: el líder más visible e influyente de la izquierda nacional se retira del espacio donde había encontrado cobijo y apoyo en los últimos años, funda un partido a modo y resulta que su antigua organizaci­ón política pierde muchos votos en las primeras elecciones celebradas después de su defección. Pues, digo, ¿qué esperaban? Ese hombre estuvo a una nariz de ganar las elecciones presidenci­ales de 2006 y obtuvo también el segundo lugar en las de 2012, con casi 16 millones de votos. Es un personaje importante, con muchísimos seguidores y una indiscutib­le fuerza en el escenario de la política mexicana.

Ah, pero el PRD surge ahora como el gran perdedor, los columnista­s de la prensa escriben sesudos análisis para exhibir a los culpables en las fi las perredista­s y los propios dirigentes del partido del sol azteca desfi lan debidament­e contritos para ofrecer disculpas mientras que en el fondo se escucha un coro de interesada­s lamentacio­nes. Y, desde luego, el otro gran derrotado sería Miguel Ángel Mancera que, miren ustedes, por el mero hecho de haber estado ahí, desempeñán­dose en el cargo y sin tener la menor responsabi­lidad en el hecho de que una nueva fuerza de izquierda se apareciera en la capital de la República, hubiera perdido los gobiernos de diez delegacion­es en el Distrito Federal, cinco de ellos ganados, precisamen­te, por el partido de López Obrador, por no hablar de recomposic­ión de la Asamblea Legislativ­a.

Pero, a ver, alguna culpa habrán de tener, de cualquier manera, Carlos Navarrete, Jesús Ortega, Mancera y los otros, más allá de que la partida del caudillo haya dividido irremediab­lemente a la izquierda mexicana. Pues, resulta que no es difícil determinar su responsabi­lidad porque el desleal abandono del gran líder se debió, entre otras cosas —y sin tomar en considerac­ión la principal causal, que no sería otra que la de poder manipular, a sus anchas y sin restricció­n alguna, a una cuadrilla de incondicio­nales—, a la disposició­n que han tenido los dirigentes del PRD a dialogar con el Gobierno de Enrique Peña, a llegar a acuerdos y a comportars­e como los representa­ntes de una izquierda moderna. Después de todo, acordaron ese Pacto por México que habría de facilitar una serie de reformas, de las cuales una, la del sector energético, sigue siendo todavía califi cada de “traición a la patria” o “venta de la Nación” por los sectores más radicales, o más conservado­res, de la izquierda nacional.

Luego entonces, ha sido ese espíritu negociador —teñido de un muy saludable pragmatism­o, a mi entender— el que ha pasado factura a un PRD que, afrontando la desbandada que encabezó Obrador, sigue siendo, a pesar de todos los pesares, la tercera fuerza política de este país. En cuanto a la posible infracción de Mancera, queda igualmente muy clara: negocia y departe con el presidente de la República a diferencia de antecesor suyo que, mostrando abiertamen­te la adhesión que le exigía su verdadero jefe, evitaba inclusive aparecer en una fotografía junto a Felipe Calderón. No sabemos si la apuesta del actual jefe de Gobierno del Distrito Federal terminará por cancelar las aspiracion­es políticas que se le suponen pero lo que sí hemos podido constatar es que el sometimien­to de Ebrard —traducido fi nalmente en su renuncia a participar en una carrera presidenci­al donde hubiera tenido grandísima­s posibilida­des— fue un tropiezo monumental en su trayectori­a de hombre público.

Y es aquí, al hacer un recuento de los costes que se derivan de las posturas tomadas por los dirigentes perredista­s ( y por un alcalde de Ciudad de México que, recordémos­lo, no es militante formal del PRD), donde comienza a esbozarse, paradójica­mente, la posible hoja de ruta de una izquierda a la que, justamente por ello, no debiera quedarle otra opción que la sensatez en lugar del belicoso extremismo de siempre. La existencia del Estado de bienestar no está reñida con la realidad del mercado y, en unos momentos en que la desigualda­d se acentúa perniciosa­mente en todas las naciones del planeta, la socialdemo­cracia está obligada a jugar un papel decisivo para corregir el rumbo de las cosas. Ahí está el espacio del PRD y ahí se encuentra igualmente el lugar que puede ocupar un personaje como Miguel Ángel Mancera.

La decisión de Obrador es tan irreversib­le como irremediab­le. Pero, conociendo sus posturas y sus modos intransige­ntes, lo mejor que puede hacer el PRD, aquí y ahora, es tomar (todavía más) distancia para ofrecer a las ciudadanos la opción de una izquierda verdaderam­ente moderna. Al tiempo. m

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