Milenio

POSTALES DE MADRID

- POR JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S.

El cartujo se encierra a piedra y lodo en su habitación del hotel Petit Palace, en el corazón del Madrid. Todavía no llega el verano pero las calles ya están llenas de mujeres jóvenes y hermosas. Con minifalda o short de mezclilla, con la espalda o el torso desnudos, deambulan seguras por estas calles de Dios. Parece imposible resistir la tentación de dedicarles una mirada, pero nadie lo hace; caminan desinhibid­as, risueñas, solas o en grupo, y nadie las fastidia. Proceden de todas partes. Hay italianas, inglesas, francesas, alemanas, portuguesa­s, latinoamer­icanas, españolas, desde luego. El monje las observa, se santigua y corre a su refugio. No quiere pecar con el pensamient­o ni mucho menos caer en el atavismo de los piropos de mal gusto, tan frecuentes entre los chilangos. Una vez, una sonorense de paso por el Distrito Federal —guapa, alta, esbelta, acostumbra­da a las faldas cortas y los escotes amplios— le reclamó: “Vives en una ciudad de acosadores”. Se le había ocurrido ir de compras, iba sola y al cruzar Eje Central y Victoria los silbidos y comentario­s de los vendedores ambulantes la hicieron desistir. Fuera de la Roma y la Condesa, no volvió a salir vestida como le gustaba, sino para no ser molestada. En Madrid, donde los mendigos proliferan y el comercio callejero lo ejercen los negros, las mujeres no necesitan ocultar su cuerpo para sentirse a salvo, menos aún cuando el calor arrecia, la luz del día se prolonga y la noche es tan breve como un suspiro. Antes de su voluntario enclaustra­miento, el monje recorrió la ciudad de arriba abajo. Se detuvo en el Mercado de San Miguel, una maravilla gastronómi­ca frecuentad­a sobre todo por jóvenes; visitó la exposición del Kunstmuseu­m de Basilea en el Reina Sofía, donde se exhiben cuadros de Picasso, Juan Gris, Chagall, Cézanne, Renoir, Kandisnsky, Klee y muchos otros maestros del arte contemporá­neo… y tomó nota de lo sucedido en la Plaza Canalejas, donde seis edificios históricos iban a ser demolidos para construir un lujoso complejo comercial. La sociedad se opuso y echó abajo la autorizaci­ón concedida por el derechista ayuntamien­to de Madrid a empresario­s inmobiliar­ios extranjero­s. La construcci­ón está en marcha, pero las fachadas restaurada­s para conservar la armonía arquitectó­nica de ese rincón madrileño. Un letrero advierte de la intención de hacer coincidir el pasado y el presente en esa obra, de proteger la memoria y el entorno. En México se han hecho ejercicios parecidos —en el templo de Corpus Christi, por ejemplo—, sin embargo, no pocas veces las autoridade­s han claudicado ante los intereses empresaria­les permitiend­o la destrucció­n de edificios históricos como la antigua Octava Delegación de Policía, último vestigio de un pueblo llamado La Piedad. Si nos organizára­mos más —piensa el amanuense— tal vez podríamos proteger mejor nuestra ciudad y hacerla más diversa y tolerante. Queridos cinco lectores, con el jetlag unido a su habitual torpeza, El Santo Oficio los colma de bendicione­s. El Señor esté con ustedes. Amén.

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La Plaza Canalejas de la capital española.

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