Milenio

Cómo vivir sin Uber (y un saludo a los anarquista­s)

- dudarazona­ble@milenio.com Twitter: @puigcarlos CARLOS PUIG

El anarquismo ya no es lo que era. La semana pasada un nutrido grupo de taxistas organizado­s en la ciudad lanzó la siguiente advertenci­a: “Nos vamos a la anarquía, porque parece que la ley no vale, y si es así y ellos prestan un servicio que les deja 32 millones de pesos a la semana, pues nosotros vamos a prestar el servicio con vehículos sin concesión y con choferes sin licencia ni tarjetón…”. El anuncio es, por un lado, respuesta al informe de la Cofece que ve con buenos ojos los servicios de Uber y Cabify, y como medida de presión a la mesa de discusión que esta semana llevará a cabo el laboratori­o de la ciudad que podría resultar en una nueva legislació­n para este tipo de servicios de transporte.

A nuestros nuevos anarquista­s siempre les gusta poner como ejemplo España, país donde una orden de un juez ha prohibido la operación de servicios como Uber.

Estoy en Barcelona donde hace un año se dio la primera huelga de taxistas contra Uber (nota para nuestros anarquista­s: huelga contra bloqueo).

Hoy aquí nadie extraña Uber. No es tema demasiado relevante. Hay un puñado de aplicacion­es por las que se puede pedir un taxi de los de siempre. A ningún taxista se le ocurriría cobrar más o menos de lo que marca el taxímetro —la pena es muy severa—. Eso sí, el número de taxis está controladí­simo para que no haya sobreofert­a, lo que permite que un taxista pueda vivir decentemen­te con su trabajo. En México se han regalado placas como técnica de cooptación corporativ­ista y hoy no hay manera para que un taxi libre en México saque para vivir. La buena regulación de la oferta de taxis permite ingresos que, en Barcelona, mantiene a los coches en el mejor de los estados y con tecnología de punta. Todo esto es solo posible porque se acompaña de uno de los mejores sistemas de transporte público: metro, camiones, camiones de “barrio”, sistema de bicicletas y carriles y estacionam­ientos especiales para motociclet­as, uno de los modos de transporte preferidos por los catalanes.

Será por eso la fuerza de Uber en México y en otras ciudades del mundo: la satisfacci­ón del consumidor aquí no existió. Porque había consumidor­es medianamen­te satisfecho­s.

El éxito de Uber es un síntoma. Ya viene siendo hora que alguien atienda la enfermedad. Nuestra atrofi ada y absurda política de transporte, público y privado, esa sí, sumida en la anarquía hace décadas. M

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