Milenio

Segunda vuelta

- JORGE G. CASTAÑEDA

Las conclusion­es sobre los comicios del domingo pasado ya han sido sacadas por la comentocra­cia y los especialis­tas. Se perfi laron tendencias evidentes: el gobierno conservó y amplió su mayoría en la Cámara de Diputados; los independie­ntes tuvieron éxitos notables; Morena logró más o menos lo que se proponía; PAN y PRD sufrieron descalabro­s. Pero quizá la lección más significat­iva fue la dispersión del voto.

La gente votó en una proporción superior a la acostumbra­da en comicios intermedio­s. Pero en lugar de concentrar su voto en los dos principale­s partidos —PRI y PAN— o en tres de ellos —PRI, PAN y PRD—, PRI y PAN apenas superaron 50 por ciento de los votantes, y los tres juntos apenas 60 por ciento. Los pequeños partidos se llevaron lo demás. Esto no augura nada bueno, pero existe un remedio sencillo.

No augura nada bueno porque la dispersión se manifestó cada vez que la gente tuvo cómo expresar su rechazo: ya sea por independie­ntes, por partidos nuevos —Morena, Encuentro Social—, por el Verde para los despistado­s. Esto seguirá sucediendo. En la elección presidenci­al de 2018 podemos amanecer con un presidente electo por la cuarta parte del electorado, que representa las dos terceras partes del padrón. La solución es la segunda vuelta, sobre todo que sobrarán independie­ntes: Neri Vela, Margarita Zavala, Miguel Ángel Mancera, algún futbolista, una cantante y tres “activistas” de Las Lomas.

Por lo menos en cargos ejecutivos, la segunda vuelta obliga a concentrar el voto, a pesar de la dispersión en la primera. Solo permanecen dos en la contienda, y por definición uno obtiene más de 50 por ciento. Los tres partidos la rechazan: el PAN ha sido sensato y lo ha considerad­o con más seriedad. El PRI se opone porque cree que le echarían montón, y el PRD antes, Morena ahora, se niegan a aprobarla por la misma razón. Si entienden que la dispersión será más dañina que la segunda vuelta, quizá cambien de opinión.

Esto no resolvería el problema de las elecciones legislativ­as. De introducir­se la segunda vuelta en esas votaciones, se correría el riesgo no solo de acabar con la dispersión, sino con la representa­ción legislativ­a de los partidos pequeños. Conservarí­an su registro gracias a sus votos en la elección presidenci­al, pero no contarían con diputados ni senadores. No es buena idea, aunque también para ello hay antídotos. Pero si queremos evitar la dispersión —hay razones para hacerlo— no hay que complicars­e demasiado buscando soluciones milagrosas. Ahí está: la segunda vuelta. M

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