¿Qué tan nefastos pueden ser los “independientes”?
Una virtud innegable tienen los partidos: son una estupenda escuela para entrenar a los políticos profesionales. Es ahí, en las fi las de estas agrupaciones, donde adquieren las destrezas que luego habrán ejercer en la arena pública; ahí aprenden a domar sus voluntades y a someterlas a los intereses dictados por los líderes; ahí pactan alianzas y cultivan lealtades; ahí, finalmente, se van abriendo paso, a cada momento, hasta obtener los esperados apoyos para los cargos electivos. La militancia partidista, además, exige de cualidades bastante excepcionales, entre ellas el nada insignificante atributo de acatar decisiones que, muchas veces, son totalmente arbitrarias o, en todo caso, determinadas por provechos que no parecen tan evidentes. Conozco a políticos de un asombroso estoicismo que, sabiéndose los mejores y contando inclusive con los apoyos de las bases, no sólo aceptan disciplinadamente resoluciones, dictadas en la cúpula, que les privan de una candidatura o de ser promovidos en el escalafón, sino que en momento alguno piensan siquiera en desconocer sus colores. Es cierto que cada vez son más frecuentes los casos de transfuguismo y que resultan, justamente, de la frustración de no obtener las recompensas que se tienen por merecidas pero, salvo algunas notables excepciones, no suelen tener un buen desenlace.
Un mal menor sería el de estos candidatos tránsfugas que, como hemos visto, ni ganan con sus nuevas camisetas ni dejan ganar a sus antiguos correligionarios. Otra expresión de este descontento personal sería la súbita trasmutación en competidor “independiente”, como en el notable caso del mentado Bronco. Pero, se anuncia ya la aparición de una nueva subespecie en el escenario de la política nacional: ahí vienen, alentados por el éxito del nuevoleonés, decenas y decenas de espontáneos. Individuos tan independientes, justamente, que nunca han cuidado su lenguaje, que jamás se han sometido al escrutinio de sus pares, que desprecian las formas y que parecieran solazarse en su estulticia pero que, miren ustedes, gozan de los favores del populacho en su condición de “famosos” o de “triunfadores”. ¿Eso queremos? M