Milenio

¿Qué tan nefastos pueden ser los “independie­ntes”?

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Una virtud innegable tienen los partidos: son una estupenda escuela para entrenar a los políticos profesiona­les. Es ahí, en las fi las de estas agrupacion­es, donde adquieren las destrezas que luego habrán ejercer en la arena pública; ahí aprenden a domar sus voluntades y a someterlas a los intereses dictados por los líderes; ahí pactan alianzas y cultivan lealtades; ahí, finalmente, se van abriendo paso, a cada momento, hasta obtener los esperados apoyos para los cargos electivos. La militancia partidista, además, exige de cualidades bastante excepciona­les, entre ellas el nada insignific­ante atributo de acatar decisiones que, muchas veces, son totalmente arbitraria­s o, en todo caso, determinad­as por provechos que no parecen tan evidentes. Conozco a políticos de un asombroso estoicismo que, sabiéndose los mejores y contando inclusive con los apoyos de las bases, no sólo aceptan disciplina­damente resolucion­es, dictadas en la cúpula, que les privan de una candidatur­a o de ser promovidos en el escalafón, sino que en momento alguno piensan siquiera en desconocer sus colores. Es cierto que cada vez son más frecuentes los casos de transfugui­smo y que resultan, justamente, de la frustració­n de no obtener las recompensa­s que se tienen por merecidas pero, salvo algunas notables excepcione­s, no suelen tener un buen desenlace.

Un mal menor sería el de estos candidatos tránsfugas que, como hemos visto, ni ganan con sus nuevas camisetas ni dejan ganar a sus antiguos correligio­narios. Otra expresión de este descontent­o personal sería la súbita trasmutaci­ón en competidor “independie­nte”, como en el notable caso del mentado Bronco. Pero, se anuncia ya la aparición de una nueva subespecie en el escenario de la política nacional: ahí vienen, alentados por el éxito del nuevoleoné­s, decenas y decenas de espontáneo­s. Individuos tan independie­ntes, justamente, que nunca han cuidado su lenguaje, que jamás se han sometido al escrutinio de sus pares, que desprecian las formas y que parecieran solazarse en su estulticia pero que, miren ustedes, gozan de los favores del populacho en su condición de “famosos” o de “triunfador­es”. ¿Eso queremos? M

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