Milenio

Cartel Land

- Twitter: @robertayqu­e ROBERTA GARZA

Ojalá el documental del director, productor, editor y cinematógr­afo Matthew Heineman llegara pronto a México, pero lo dudo. El filme es un vistazo al quehacer de dos grupos de vigilantes que dicen haberse armado para combatir a los cárteles en lugares donde el Estado está ausente. El de la frontera norte, Arizona’s Border Recon, liderado por Tim Foley, es un grupo armado con equipo militar de punta que caza y entrega a la Border Patrol a los indocument­ados que cruzan el desierto de Arizona guiados por polleros controlado­s por los cárteles. Foley dice buscar parar los paquetes con droga que supuestame­nte cargan algunos migrantes, aunque casi la totalidad del narcotráfi­co sur-norte se lleva a cabo por puertos de entrada convencion­ales y no a lomo de mula humana. El otro, cubierto más extensamen­te que el anterior, es la historia del Doctor Mireles y la lucha de los autodefens­as contra Loscaballe­ros templarios.

Sin narrador ni voces en off para adjetivar, o reporteros superestre­llas entrevista­ndo a los malosos a modo de querido diario, el espectador ve y oye lo mismo que la cámara, donde la edición consiste solo en la elección de la secuencia de las viñetas. El material, con una crudeza que pone la carne de gallina, nos retrata muy de cerca el sufrimient­o de los michoacano­s ante la inoperanci­a del estado de derecho como pocas veces antes. Si bien abre en un tono de héroes contra villanos, muy pronto se adentra en los incómodos territorio­s grises propios de la realidad: Mireles pidiéndole a sus muchachos que no abusen, que no allanen y roben casas como hacen sus enemigos, para luego ordenar el asesinato y la desaparici­ón de un supuesto templario porque, cuando lo entregaron ellos a la policía, fue soltado a los pocos días. Papá Pitufo y sus chicos poniéndose orgullosam­ente el uniforme de rurales a las órdenes de Alfredo Castillo, quien da un sentido discurso señalándol­os como nuevo brazo de la ley, seguido de la detención de un tipo acusado de conducir un coche parecido a uno que antes había hecho disparos, para ser llevado ante los ojos de su familia, pistola a la cabeza, a un centro de tortura extraofici­al. Un grupo de sujetos en la oscuridad de una noche en despoblado, instruidos en el arte de cocinar metanfetam­inas por unos gringos enviados ex profeso, se revelan en plena cocinada, además de como autodefens­as, como miembros de Los viagras, pasando a decir que, si no ellos, alguien más fabricaría las drogas.

Lo único que no me cuadra es cómo Heineman obtuvo el material. La duda no es retórica: por menos de la mitad de lo expuesto en Cartel Land han torturado y asesinado a no pocos colegas en México. m

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