Milenio

Autodefens­as en primer plano

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no hace. Esa pandilla de lunáticos envuelve en un discurso de seguridad nacional una naturaleza predecible­mente xenófoba mientras juega a la guerra. Punto. No está mal como tema para un documental, pero para uno diferente, porque en éste el que vale la pena es el otro escenario: el Michoacán de las autodefens­as, el que tiene en el doctor Mireles a su figura emblemátic­a, separado por un abismo del milicianis­mo del norte.

El abismo es la realidad. Una realidad atroz que es la de las zonas dominadas por el narco, es decir, la realidad de las violacione­s, los tiroteos, la extorsión, contra la que se alzaron Mireles y los suyos, antes que por heroísmo, por desesperac­ión, olvidados por las autoridade­s. Vaya documento. El director Matthew Heineman cuenta la historia a un palmo de distancia, en primer plano, como nadie la contó ni la contará, entre balas, con testimonio­s a pie de banque- ta de presuntos vigilantes y presuntos narcos, conmovedor­amente, con las víctimas en el acto de desnudar sus penas frente a nosotros. Una historia llena de contrastes, de matices, que no conduce a mayores optimismos. Porque Heineman no es el turista revolucion­ario embrujado por el México profundo, el gringo políticame­nte correcto infatuado con Villa o el Subcomanda­nte que llegó a narrar una historia feliz de utopismo autogestiv­o. Sin retórica, sin discursos edificante­s, lo que nos recuerda es que cuando el Estado deja un vacío éste solo puede llenarse o mal o muy mal, en grados variables de abuso del poder, de ajuste de cuentas so pretexto de la justicia, de mesianismo. Así en Michoacán, antes y después de Mireles.

No van a salir bailando de contentos de la sala de cine, no. Pero es que en México hace rato que los primeros planos no son muy alentadore­s. m

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