La mafia o los huecos del Estado
EN SU MÁS reciente libro Andrea Camilleri se adentra en una historia ejemplar y verídica de resistencia a la mafia, de cómo el Estado, debilitado o ausente, abre paso a los grupos criminales y después termina poniéndose a sus órdenes
Qué comen los jornaleros de la Sicilia de mediados del siglo XIX? “Una hogaza de pan de un kilo acompañada con una sardina salada o un huevo duro”, responde Andrea Camilleri, con sencillo pero profundo oficio literario, en su nuevo libro que recién llega a México, La banda de los Sacco (Planeta, 2015).
Dicho eso, el demiurgo del comisario Montalbano (personaje que le ha dado una posición central en el mundo de la novela negra contemporánea) explica con detalle la estrategia que siguen los humildes campesinos frente a esta frugalidad obligada por la pobreza y la explotación: “Para que la comida sea soportable, primero se meten la sardina o el huevo duro en la boca, los giran con la lengua y luego se los sacan fuera aún intactos. A continuación, se comen los primeros tres cuartos de la hogaza acompañados por el sabor de la sardina o del huevo”.
Y precisa, por si no se comprende del todo esta operación que algún gourmand miraría con horror: “Solo se comen la sardina o el huevo cuando queda el último cuarto de hogaza”.
¿Qué beben? “Agua, que mantienen fresca en un cántaro”. Pero, claro, siempre queda la posibilidad de lo extraordinario: “En algunas ocasiones, muy raras veces, si el patrón es generoso, ofrece el condumio, que consiste en un poco de berenjenas o una escudilla de harina de habas cocinada en agua y reducida a papilla, con un chorrito de aceite encima, y que sirve para acompañar el pan”.
Como puede verse, los pobres de entonces, como los de todos los tiempos, apenas si rozan las hors d’oeuvre sin llegar jamás al plat de résistance.
Sobreponiéndose a esa triste dieta y otras amargas condiciones de vida, Luigi Sacco, “espabilado y vivaz”, consigue capitalizar “sus riquezas: la juventud, dos brazos fuertes y muchas ganas de trabajar. Por lo demás, le faltan hasta los zapatos”. Será el fundador de un clan que prosperará con base en su trabajo y no pocos sacrificios, una familia que quiso hacer las cosas bien pero que, amenazada por la mafia local, se verá impelida a enfrentar con las armas a quienes los quieren someter.
En 1920 los hijos de Luigi Sacco, quien terminará siendo asesinado, comienzan a padecer las exigencias de una mafia insaciable que ya no se contenta “con el dinero que reciben mediante las amenazas y los tiroteos y los asesinatos y el ganado degollado y las cosechas quemadas. No, ahora pretenden controlar también el destino de las personas”: secuestran, violan, toman y juegan con la vida de los demás.
Andrea Camilleri le ha dado un respiro al comisario Montalbano para adentrarse en una historia ejemplar y verídica de resistencia a la mafia y la corrupción policiaca. Es la historia de cómo el Estado, debilitado o ausente, abre paso a los grupos criminales y después termina poniéndose a sus órdenes.
Como muchos otros sicilianos trabajadores, los Sacco van enfrentando día con día la presión y el acoso de la mafia; primero son amenazados, luego advertidos con actos violentos y, finalmente, puestos contra la pared por la misma justicia que debería defenderlos, son convertidos en fugitivos y en una banda de criminales.
El texto de Camilleri es —como él mismo apunta recogiendo una expresión de Leonardo Sciascia— un “western de la Cosa Nostra”. Su escritura fue posible por los documentos que los herederos de estos valerosos forajidos han preservado, incluidas las actas del injusto proceso que se les siguió por defenderse y proteger su dignidad.
Aunque se trata de un libro bastante breve, contiene las claves que constituyen la historia de la mafia no solo en Italia sino en todo el mundo: un Estado inexistente a la hora de garantizar la educación a los más pobres, para brindar justicia, evitar la impunidad y contener a los grupos violentos que intentan sobreponerse a su autoridad haciendo valer su propia ley. La historia que nos relata Camilleri demuestra que los huecos que deja el Estado son como los que abre el diablo: cualquier género de maldad, miseria y terror puede crecer y reproducirse en ellos. Los seres humanos no somos buenos, necesitamos reglas, cauces por los cuales hacer posible la convivencia pacífica; precisamos una entidad fuerte capaz de doblegar a los más rudos, a los que alimentan su lado animal a costa de los más débiles.
Los huecos del diablo: parafraseo deliberadamente un título de Alexander Kluge ( Los huecos que deja el diablo, Anagrama, 2007), una de cuyas citas puede acompañar perfectamente la historia que nos cuenta Camilleri: “¿Qué huecos hemos pasado tercamente por alto en nuestros edificios mundiales, en los capullos en que vivimos? ¿Por qué es el diablo tan brutal con nosotros, pobres almas?”.
Pero la lección de Camilleri en su obra La banda delos Sacco es más bien que ahí donde creció la mafia, también —siempre— creció la resistencia a ella. Y todo lo que resiste alumbra la esperanza. m