Milenio

Hay un vacío gigantesco de cultura y espiritual­idad, afirma Antonio Luquín

El jalisciens­e expone una serie de 15 piezas en la Galería Artdicré de la Ciudad de México

- Raúl Campos/ México

“Desde joven concebí al arte como un oficio cuya maestría se va adquiriend­o”

Tú vas a Santa Fe y te mueres espiritual­mente: no hay biblioteca­s, museos ni galerías, ¡nada! Solo malls. Si las personas están bien servidas por eso pues bien por ellas, pero a mí no me satisface un mundo construido así: mucho dinero pero poca cultura. Cuando llegas con pinturas de mucho contenido, la gente te dice: ‘Adiós, estás muy heavy’. No les gusta que los hagas pensar, solo buscan superficie y bodegones coloridos. Es un vacío gigantesco de cultura y espiritual­idad”, dice en entrevista con MILENIO el artista plástico Antonio Luquín (Guadalajar­a, 1959), que el jueves inauguró su exposición Cuestión de seguridad nacional.

El pintor detalla que su muestra, una serie de 15 piezas, mediante metáforas visuales y escenarios desoladore­s, donde los grandes templos contemporá­neos son opacados por lo orgánico de imponentes árboles, pretende hacer un paisaje del vacío existencia­l y la fractura espiritual que padece la sociedad contemporá­nea. “Los paisajes tienen algo de devastador: no se ven ruinas pero están desiertos. Es la soledad acompañada que padecen los 20 millones de habitantes de la ciudad, en la que, además, la convivenci­a no es siempre la más amable o creativa. Hay mucho estira y afloja, el diálogo es muy difícil o no existe, ¡no podría decir quiénes son mis vecinos si me los pusieras en frente! Todos se limitan a rincones muy reducidos de convivenci­a amable y familiar, que luego tampoco existe”, comenta.

El artista agrega que la temática social lo ha obsesionad­o y ha centrado su producción en ella debido a que, al hacerle una visita en 1991 a Manuel Felguérez y mostrarle su trabajo, éste le dijo ahí veía una gran veta. “Le llevé dos cuadros: un autorretra­to medio artnouveau, y otro era un paisaje con un fulano bañándose con aguas negras que salían de una cloaca. Vio los cuadros, quitó el retrato y se quedó viendo el otro: ‘Aquí hay una veta’, me dijo, y tenía razón: el cuadro que había disfrutado más era el del cemento y toda esa cosa degradante. Yo retrato a la ciudad y la obra del ser humano, los grandes templos de nuestros tiempos, como la torre de Bancomer en Reforma”, explica.

Dice que la pintura se ha convertido en un medio amenazado por la presencia desmedida del arte conceptual, el cual, considera, son gestos y ocurrencia­s perezosas que sobrevalor­an las ideas, “cuando ni siquiera son filósofos o escritores”. Lamenta que eso sea una señal del vacío existencia­l por el que transita la sociedad, “y me cuesta entenderlo porque desde joven concebí al arte como un oficio cuya maestría se va adquiriend­o. Al ver a Dalí, además de mucho talento, vi a un tipo que se había sentado por años a trabajar”.

“El ejercicio de las artes plásticas es una disciplina de años. Me he encontrado a jóvenes que alardean ‘yo soy artista’. ¡Ah, sí! ¿Y qué es lo que haces? Te la pasas todo el día platicando o borracho. Esto es un oficio de muchas horas de trabajo, los artistas de verdad no tenemos tiempo de andar haciendo grilla y eso se ve en los resultados: lo que nos da satisfacci­ón es lo que nos cuesta mucho trabajo. Quien tiene talento no nada más puede crear con talento, debe desarrolla­rlo o se avinagra y se corrompe”, termina.

La muestra puede ser visitada en la Galería Artdicré, Versalles 56-D, col. Juárez.

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RAÚL CAMPOS Los temas sociales, su obsesión.

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