Elegía por la Ciudad de los Ríos Muertos
Se sabe cómo los ríos dan vida a las ciudades y qué bien están París con su Sena, río con orillas de libros (dijo Apollinaire), y Londres con su Támesis, río amistoso aunque de firme carácter británico (dijo Chesterton), y Viena con su Danubio, río que pasa en un vals azul (dijo Strauss), y Madrid con su lateral Manzanares, aprendiz de río (dijo Lope de Vega).
Y el cronista diría: qué nos duran esas ciudades del mundo con un solo río, cuando en Esmógico City, si nos fiamos de la autoridad de la Guía Roji, tenemos más de cien ríos, desde la A hasta la Z: desde el Río Acaponeta al Río Zula, pasando por el Churubusco, el Mississippi, el Mixcoac, el Nazas... y el Dolores del Río.
Pero se trata de “ríos” de cemento, o de pedruscos, o de tierra, o de basura. Si alguna vez fueron ríos auténticos, ya los hemos asesinado encementándolos o contaminándolos, aunque no haya sido con malas intenciones, conste, sino para modernizarnos con un creciente, potente y esmogizante automovilerío. Y nos consolamos tontamente porque nos queda un río, aunque moribundo el pobrecito: el Magdalena, al que desde el puente de Panzacola aún puede vérsele penosamente tratar de fluir a través de la basura para ir a lamer un flanco de los Viveros de Coyoacán.
Y es que en Esmógico City ejercemos un idiota odio por los restos de la madre Naturaleza que aún se resisten a morir. Sin ir más lejos, acá, por la “elegante” zona sur, los árboles se mueren de pie, esto es: con el pie del tronco asediado por el cemento, de modo que las raíces tapadas no reciben de las mangueras o de la lluvia el agua que ansían desesperadamente, y por eso algunos rompen la capa de cemento para asomar las raíces rompiendo las banquetas.
Hace mucho ya fueron entubados el Río Mixcoac y su prolongación, el Río Churubusco, que bajo esos nombres han quedado como meras vías de un remedo de suburbio de Los Angeles (California, USA). Y si al Río Magdalena aún puede considerársele como un escuálido arroyuelo, el pobrecito transcurre enfermizo, lentísimo, temeroso de que algún pendejo “urbanizador” termine de matarlo y lo encemente para que muy pronto rueden por encima de su definitivo cadáver los humeantes y ruidosos vehículos automotores...
Ciudad que ayer era entretejida de agua, ¿alguna vez te vieron los cronistas? ¿O solamente te imaginaron? M