CRÍTICA A LAISLA 2015
Los mexicanos cada vez tenemos menos pretextos para reunirnos, en familia, frente a la televisión. Sí, estamos clavadísimos con las redes sociales, nos encantan los sistemas de distribución de contenidos en línea y gozamos como energúmenos de los cables y de las antenas directas al hogar, pero el escenario es un tanto deprimente.
¿Por qué? Porque cada quien está en su pantalla. Mientras uno mira el televisor de toda la vida, el de allá está en su celular y el de acá en su tablet.
El caso es que si no fuera por los partidos de futbol y por dos o tres eventos, sería imposible hacer clic con este medio, especialmente cuando hablamos de televisión abierta.
Por eso yo le tengo que dar las gracias a Azteca 7 por haber estrenado, el lunes pasado, a las 20:30, la cuarta temporada de La isla.
Ese reality show es uno de los pocos programas que nos quedan en este país capaz de unir a las familias alrededor de la pantalla.
Y lo hace por una razón muy importante: es una tradición pero, a diferencia de inmensos clásicos como En familia o El Chapulín Colorado, es una tradición joven.
Por lo mismo, aquí, en contraste con lo que pasa con Chabelo o con Chespirito, los adolescentes reaccionan fascinados.
¡Sí lo miran! Y hasta se ponen a recordar, a comparar y a comentar.
Le juro que esto, que suena tan básico, es poco menos que un milagro en la televisión de este país y muy específicamente en Azteca, donde sus productores, durante años, en lugar de construir tradiciones, se la pasaron traicionando conceptos.
No me pregunte cómo pero La isla, con unas temporadas más polémicas que otras, sí se ha respetado.
Su espíritu sigue siendo el mismo del día en que lo vimos por primera vez. Su conductor ha conservado la imagen que construyó desde la temporada uno.
Y el juego no ha cambiado: aquí de lo que se trata es de ver sufrir a un montón de gente que se va a vivir aventuras extremas a una isla bajo un delirante esquema como de clases sociales.
Tenemos a los ricos ( playa alta), a los de en medio ( playa media) y a los pobres ( playa baja), y por si esto no fuera suficiente, tenemos lo mismo a actores y deportistas que a empresarios y estudiantes.
La isla es mucho más que un juego, es un experimento social donde el público descarga sus tensiones y donde poco a poco vamos viendo las cosas más insospechadas.
Desde personalidades a las que considerábamos muy lindas y que en realidad son una desgraciadas, hasta gente que nos caía muy mal y que acaba ganándose nuestro cariño.
Por supuesto el taco de ojo aquí es fundamental y esta temporada, en particular, haga de cuenta que se la diseñaron a nuestras hormonas.
Prácticamente todos y todas las que salen ahí tienen unos cuerpazos que no hay manera de no voltear a ver.
En resumen, esta cuarta temporada de La isla pinta para ser la más caliente de todas y es que, a lo que le acabo de decir, le debemos sumar un pequeño detalle:
Como todas las personas que están participando ya conocen el concepto, los que no están disimulando, están planeando algo macabro para ascender o están desarrollando estrategias de trabajo en equipo para ganar.
¿Ahora entiende la importancia de lo que Azteca 7 tiene en pantalla?
La isla es un espectáculo que lo tiene todo: morbo, acción, carne, valores.
¿Cuántas emisiones de este tipo quedan en la industria de la televisión mexicana? ¿Cuántas con esta belleza de producción?
Sí, yo sé que está de moda hablar mal de Azteca pero, objetivamente, La isla es tan cara y tan perfecta como la producción más lujosa y más estudiada de las mejores televisoras especializadas en la realización de reality shows de todo el mundo.
Póngala al lado de lo que usted quiera, desde Survivor hasta Matrimonio a primera vista, y este trabajo, orgullosamente mexicano, está a la par si no es que les gana.
¿Qué le puedo decir de esta temporada en específico? Que la nueva locación es lo máximo, que los textos evolucionaron para bien abandonando aquellas cosas rarísimas que decían antes sobre “nuestros ancestros”.
Que Alejandro Lukini está mejor que nunca en su papel de conductor estrella, que las sorpresas que los responsables de este reality le prepararon a los participantes han sido muy afortunadas.
Y que el casting es una locura que consiguió alejarse de asuntos de los que todos estamos hartos, como la política, para convertirse en una muy sana plataforma para impulsar a gente cada vez más joven.
No sé usted, pero yo prefiero ver algo que le dé oportunidades a los nuevos rostros de este país a seguir viendo a los mismos señores que veía en los años 80 y 90.
En resumen, Laisla sigue siendo La isla, una joven tradición que se agradece, un reality show que sigue siendo capaz de convocar a las familias alrededor de las pantallas de la televisión. No se la pierda.