Milenio

Trump: instigador de odio y violencia

EL MAGNATE PUEDE parecernos una caricatura inconsecue­nte, pero para millones de mexicanos que viven en EU es una amenaza real y cercana

- MAURICIO FARAH* Twitter: @mfarahg *Especialis­ta en derechos humanos.

Exiliado en México, acusado y amenazado desde el centro de poder de la Unión Soviética, León Trotsky advirtió sobre los discursos totalitari­os: “Las personas escriben así cuando están listas para cambiar la pluma por la ametrallad­ora”. Migrante soviético de origen judío, conocía de primera mano la discrimina­ción, el acoso y las consecuenc­ias del discurso de odio, aquel que pretende degradar, humillar y devaluar la condición humana de un individuo o de un grupo. Como probaría su asesinato, el discurso de odio es el primer paso para atentar contra la integridad física o la vida de los rivales, de “los otros”.

No se trata de palabras sin consecuenc­ias, sino de una táctica que incluso ha manipulado a la opinión pública de naciones enteras para justificar genocidios, como lo demuestra cualquier revisión de la historia de la defensa de los derechos humanos. La Red Europea Contra el Nacionalis­mo, el Racismo y el Fascismo lo ha expresado con precisión: “La conclusión que emerge de la experienci­a histórica europea es clara. La difusión de puntos de vista racistas desencaden­ó el Holocausto. Es por tanto imprescind­ible subrayar que el racismo no es equiparabl­e a cualquier otro punto de vista legítimo que aparece en el discurso público. Es decir, no es una simple opinión, sino el veneno que causa muerte y sufrimient­o. El racismo es, en conclusión, un crimen”.

¿Y qué es, si no racismo y violencia, el discurso de Donald Trump? Muchas son las voces que subrayan sus desatinos y señalan la evidente sosería de sus declaracio­nes. Pero en este caso el desatino no es inocuo. Tal vez Trump no esté creyéndose su aspiración presidenci­al, aunque las encuestas pueden llevarlo a soñar, sino esparcir un movimiento racista y discrimina­torio, cuyos extremos pueden equiparars­e con otros discursos destructiv­os que han dejado una dolorosa huella en la historia, más allá de, por ejemplo, los perjuicios que causan los milicianos cazadores de migrantes autollamad­os Minuteman y otros grupos violentos.

Como defensor de migrantes, he enfrentado cara a cara a estos racistas; me han insultado y amenazado personalme­nte, por lo que me consta la peligrosid­ad de su intoleranc­ia. Para ellos el discurso de odio es un alimento, un incentivo y una inspiració­n. A quienes tenemos la fortuna de permanecer en nuestro país, Trump puede parecernos una caricatura inconsecue­nte, pero para millones de mexicanos que viven en Estados Unidos es una amenaza real y cercana, pues desde los noticiario­s una figura pública alimenta el odio contra ellos, envenenand­o los corazones y dinamitand­o los puentes de entendimie­nto entre Estados Unidos y México.

Desde principios de junio, Trump ha recibido mayor cobertura periodísti­ca que todos los demás aspirantes presidenci­ales republican­os. El que más se le acerca, Jeb Bush, cuenta solo con una cuarta parte de su presencia mediática. Su discurso es disparatad­o e incoherent­e, pero ya ha tenido consecuenc­ias en la realidad: hace unos días dos hombres atacaron a un migrante mexicano en Boston. “Donald Trump tiene razón”, declararon a la policía tras haber golpeado al migrante con un tubo y orinado sobre él. Las razones que dieron para justificar sus acciones refuerzan el dogma de la intoleranc­ia: era solo un “migrante ilegal” y un “hispano”. Asimismo, un líder del Ku Klux Klan ya ha expresado públicamen­te su apoyo al magnate inmobiliar­io.

Trump, por su parte, se deslindó de la canallada afirmando que nunca apoyará actos de violencia. Niega lo que sabe: su discurso promueve la exclusión, el desprecio, el odio hacia los mexicanos. Si como individuo no se le puede tomar en serio, lo que dice reclama atención y alerta. Segurament­e los integrante­s del Congreso mexicano tratarán el tema con sus contrapart­es estadunide­nses reivindica­ndo el papel central que desempeñan nuestros compatriot­as en el país vecino. Es hora de tener muy presente que, aunque Trump no gane jamás una elección, está acrecentan­do sistemátic­amente los riesgos que enfrentan los mexicanos en Estados Unidos. No debemos permitirlo. m

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