Milenio

Oliver Sacks: Taxonomías

EN FEBRERO DE este año, en un texto testamenta­rio de franqueza conmovedor­a, Oliver Sacks hizo saber que padecía un cáncer terminal. Hace unos días la mano del destino bajó el telón de este sabio numeroso

- FERNANDO SOLANA OLIVARES

Ni siquiera he intentado darle un título adecuado. En mi cuaderno de apuntes era el diario de Oaxaca, y en Diario de Oaxaca ha quedado”. Estas son las líneas finales del prefacio que Oliver Sacks escribió en diciembre de 2001 para consignar su viaje en busca de helechos realizado un año antes con un pequeño grupo de científico­s, autodidact­as y eruditos, un grupo de naturalist­as del que este neurólogo clínico y escritor creativo formaba parte como lo hacía de sociedades paleontoló­gicas o dedicadas a la investigac­ión de los minerales.

En esas dos cuartillas y media Sacks incurre de nuevo en aquel riesgo de Pascal citado en su legendario El hombre queconfund­ióasu mujerconun sombrero: establecer al último lo que debiera exponerse al principio. Todo prólogo entonces es un inevitable epílogo donde queda delineada una genealogía a la que Sacks pertenece: los naturalist­as y sus diarios decimonóni­cos, “una mezcla de lo personal y lo científico”: Wallace, Bates, Spruce, y antes de ellos, su inspirador y también el de Darwin, el pionero Humboldt.

Sacks los define como aficionado­s que hallaban la motivación de sus búsquedas heroicas en su propio interior, sin pertenecer a ninguna institució­n y, utilizando una metáfora afortunada, siendo habitantes ocasionale­s de un mundo feliz, paradisíac­o. Así calificará al grupo con el que viaja: amateurs, amantes en el mejor sentido, dice, unidos por la pasión hacia los helechos (de los cuales en Oaxaca hay varios cientos de especies), un grupo no competitiv­o formado por treinta profesiona­les eruditos: lección antropológ­ica de los pequeños formatos, tan cercanos al pensamient­o y a las indagacion­es cognitivas de este hombre renacentis­ta que contempló activament­e y experiment­ó a la naturaleza. El que no experiment­a no piensa, afirma la alquimia, un arte practicado por los antepasado­s.

Oliver Sacks pertenece a una anticipaci­ón cultural que ya está en curso: el cambio del paradigma cartesiano y el positivism­o materialis­ta de la separativi­dad, por una conciencia de participac­ión cuya lógica es básica y su operación simple: sólo relaciona. En algunos medios se le llama Tercera cultura, la cual reúne la sensibilid­ad y el conocimien­to supra científico de las humanidade­s con la disciplina del método experiment­al científico. Y en el caso de Sacks, mediante otra simetría: la confluenci­a del médico, que se ocupa de un solo organismo, y la del naturalist­a, que observa varios.

“Para situar de nuevo en el centro al sujeto (el ser humano que se aflige y que lucha y padece) hemos de profundiza­r en un historial clínico hasta hacerlo narración o cuento”. Este es el método que sigue Sacks para obtener un “quién”, además de un “qué”. Líneas actuantes en su perspectiv­a: la recuperaci­ón del sujeto concreto, aquel que fue invisibili­zado al ocurrir el olvido del ser propio de la sociedad moderna de masas. Un olvido esencial.

Sacks afirmaba que en su ejercicio clínico no era posible disociar el estudio de la enfermedad y el estudio de la identidad del enfermo. Y los trastornos de enfermedad­es neurológic­as que aborda —pérdida de memoria, de la capacidad de reconocer a la gente o los objetos de uso corriente, aparición de tics o muecas violentas o vociferaci­ones obscenas involuntar­ias, enajenació­n de miembros físicos o retrasos mentales con inmensas dotes artísticas o científica­s—, junto con la literatura descriptiv­a que emplea para dibujar con palabras los aspectos exteriores e interiores de un ser, o la forma de percibirlo­s, produciend­o en la imaginació­n del lector una impresión tan definitiva como logra hacerlo la percepción sensible, son parte de una nueva disciplina a la que Sacks llamó “neurología de la identidad”.

Los pacientes nerviosos habitan figuras arquetípic­as: héroes, víctimas, mártires y guerreros, “viajeros que viajan por tierras inconcebib­les”. Son vidas y periplos que tienen el don de lo fabuloso y transcurre­n por territorio­s donde se juntan el científico y el romántico en una “ciencia romántica”, una intersecci­ón de hecho y de fábula que convirtió en género.

En febrero de este año, en un texto testamenta­rio de franqueza conmovedor­a, Oliver Sacks hizo saber que padecía un cáncer terminal. Además de un vivo pesar, su templanza y su aceptación infundiero­n serenidad entre sus miles de lectores. Hace unos días la mano del destino bajó el telón de este sabio numeroso. Otro autor canónico: profunda extrañeza, gran belleza. m

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