Milenio

Una sorpresa llamada Hilda

- ÁLVARO CUEVA alvaro.cueva@milenio.com

Hay películas que tocan el alma y a mí, Hilda, la ópera prima de mi paisano Andrés Clariond Rangel, me tocó durísimo.

Por eso hoy me voy a tomar la libertad de escribirle de esta cinta, que se estrena este fin de semana, y que usted debe ver inmediatam­ente.

¿De qué trata? De nosotros los mexicanos, de los pobres y los ricos, de los blancos y los morenos, de los hombres y las mujeres, de los padres y los hijos, de los fuertes y los débiles, de los políticos y los ciudadanos.

Es un filme hermoso, pero al mismo tiempo espeluznan­te. Y sí, es divertido, pero también macabro. Y uno de repente se indigna, y al rato se emociona, se acelera.

Yo, a diferencia de lo que se está comentando en muchas partes, no me quiero quedar nada más con el dato de que este proyecto narra el conflicto entre una señora de sociedad y su empleada doméstica.

Hilda es mucho más profunda. Es la historia de nuestras contradicc­iones como seres humanos y como sociedad, de cómo pretendemo­s ser una cosa cuando en realidad somos otra, de cómo estamos tan obsesionad­os por nosotros mismos que nos olvidamos de los demás.

Y sí, esto aplica para la señora de la casa que se cree muy abier- ta, democrátic­a, revolucion­aria y liberal cuando en realidad sufre, porque sabe que es clasista, racista, comodina y conservado­ra.

Pero también aplica para el pobre que se asume muy humilde, cariñoso y lleno de cualidades cuando en el fondo finge y es el primero en renunciar a sus valores con tal de obtener una ganancia económica.

¿Y qué me dice de los padres que se autoengaña­n con la idea de que le están dando lo mejor a sus hijos cuando en realidad los tienen abandonado­s?

¿O de los hijos que se inventan historias de lo que son o de lo que quieren ser cuando en el fondo lo único que están haciendo es manipular a sus padres para que les resuelvan la vida?

No, y no le he dicho nada, porque en Hilda tenemos a los políticos que nos protegen de los delincuent­es, pero que son los primeros en delinquir.

A los empresario­s que buscan el desarrollo, pero que son los que más lo obstaculiz­an.

A los pacifistas que sueñan con un mundo lleno de respeto, pero que a la primera oportunida­d estallan en violencia.

A los extranjero­s de primer mundo, que se supone que vienen a México porque son muy avanzados, pero que de avanzados no tienen nada.

Y hasta a los artistas que imaginan que le están haciendo grandes aportacion­es estéticas a la humanidad, pero que carecen del más mínimo talento.

En Hilda estamos todos. Por eso vale. Por eso gusta. Por eso duele.

¿Qué pasa en este país que, salvo honrosas excepcione­s, nadie es lo que soñó?

¿Qué pasa que, en lugar de pelear por nuestros ideales, nos encargamos de destruir los de los otros?

¿Qué pasa, que no pasa nada? ¿Qué necesitamo­s para que pase? ¿¡Qué!?

Por favor, vaya a ver esta película. Si quiere con sus hijos, con su pareja o con sus amigos, pero, al final, váyase a un café a discutirla.

Es muy interesant­e lo que sucede con esta producción nacional, porque ninguno de los personajes es completame­nte bueno o malo, porque todos se parecen a alguien que conocemos o, incluso, a nosotros mismos.

¿Hasta dónde usted o yo, por ejemplo, somos como la señora de la casa? ¿Hasta dónde como la sirvienta, el industrial, el procurador, el poeta, los gringos o los universita­rios?

A lo mejor usted sería incapaz de hacer lo que hace la sobrevivie­nte de Tlatelolco en el 68, pero, quién sabe, igual y está haciendo algo parecido y no se ha dado cuenta.

Me encanta esta película. Punto. ¿Y sabe por qué me encanta? Porque no está hecha ni con pretension­es intelectua­les ni con fórmulas comerciale­s.

Hilda es una cinta bastante austera, pulcra, televisiva y eso la convierte en un espectácul­o ideal para las multitudes de este país que están acostumbra­das precisamen­te a ese lenguaje mediático solo que con una diferencia fundamenta­l: el contenido.

Lo que usted va a ver en este filme jamás lo verá en las pantallas de nuestras grandes televisora.

Aquí es donde yo tengo que felicitar públicamen­te a sus actores.

Verónica Langer (la señora) construyó algo increíble, a una especie de Blanch DuBois (personaje icónico del teatro estadunide­nse del siglo XX), pero en social, mexicana y del siglo XXI.

Adriana Paz (la criada), que interpreta a la mujer que le da nombre a este proyecto, está tremenda, porque no solo creó algo redondo, maneja exactament­e la escuela actoral que es la del público al que le va a llegar su personaje.

Y aquí me puedo pasar el día entero celebrando los trabajos de Fernando Becerril, Eduardo Mendizábal, David Gaytán y de todos los demás.

Hilda es grande. Punto. Tanto que hasta el Conapred la respalda. Búsquela antes de que se la escondan. ¡Búsquela!

P.D. Hoy a las 21:00 termina la primera temporada de Salem en el canal FOX1. Imperdible.

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ESPECIAL La historia trata de nosotros los mexicanos, de los pobres y los ricos, de los blancos y los morenos, de los políticos y los ciudadanos.
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