Milenio

Soy yo y mi circunstan­cia

- DIEGO FERNÁNDEZ DE CEVALLOS

Las imágenes de las tragedias que vive el mundo hacen que una más poco nos diga. La noticia de hoy sepulta a la de ayer; el dolor cotidiano lo asumimos como normal, como algo fatal, aunque sea producido por el hombre.

La devastació­n hecha por la naturaleza —como el derrumbe que aplasta pueblos o el torrente que deja estelas de muerte— casi siempre pudo evitarse, pues nadie debiera vivir en las faldas de montes empinados ni en las márgenes de los ríos.

Se dice que Dios perdona siempre, el hombre a veces y la naturaleza nunca.

Hace días estrujó al mundo el cuerpo de un niño que las olas dejaron suavemente en la playa; sus padres, con él, huían de la guerra en Serbia. El mar, enternecid­o, no lo quiso devorar.

Antier vimos la imagen de un náufrago en altamar sobre un pequeño salvavidas. Abrazaba a su hijo recién nacido, que parecía dormido. Tal vez ese hombre solo se aferraba al pequeño cuerpo, que en ese momento era lo único que le quedaba. O tal vez ambos corrieron la misma suerte de los que en las playas son recibidos con gases que los asfixian y toletazos que los hieren. Las horrorosas escenas, con hombres, mujeres y niños ensangrent­ados y marcados para siempre, deben avivar nuestra conciencia social. Que nadie sea indiferent­e ante la barbarie que padecen México y el mundo.

La televisión dio a conocer la fachada de un cuartucho de una ranchería de Guerrero. Nada especial habría de significar si no fuera porque de ahí salió hace un año, huyendo de la miseria, el novato que fue rapado por sus compañeros, que a los pocos días la narcopolic­ía lo desapareci­ó en un basurero, y hoy es el segundo de los 43 de Ayotzinapa identifica­do por científico­s de Innsbruck.

Decía Ortega y Gasset: Yo soy yo y mi circunstan­cia; y si no la salvo a ella, no me salvo yo. Eso sucedió a estos jóvenes: no salvaron su circunstan­cia. Su delito fue tratar de superar el oprobio que los condenaba, el que sufren sus padres y que padecieron sus ancestros. Esa opresión que facilita el reclutamie­nto de muchachos para las organizaci­ones criminales. No nos engañemos: mientras la educación, el empleo, el dinero y el poder sean para unos cuantos, nada ni nadie detendrá la violencia.

Si miles de escuelas rurales carecen de agua corriente y sanitarios —ya no digamos de pisos adecuados, mobiliario y materiales educativos— ubicadas en zonas de guerrilla y narcotráfi­co, ¿de verdad puede sorprender­nos que sus alumnos roben camiones, tomen casetas y realicen actos vandálicos? Nada los justifica, pero lo explica su circunstan­cia.

Si sociedad y gobierno no cambiamos la realidad, las chozas seguirán despidiend­o a jóvenes cuyos despojos se sumarán a los que hoy se hallan en laboratori­os lejanos, seguirá acerba la disputa política y nadie podrá vivir ni morir en paz.

ADENDUM: Las divisas que vende el Banco de México evitan distorsion­es en el mercado cambiario; y los dólares que compró a poco más de 13 pesos los ha vendido a más de 16. Para eso son las reservas. Así de claro. M

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