Milenio

El periodismo que murió en los sismos del 85…

- JUAN PABLO BECERRA-ACOSTA jpbecerrac­ostam@prodigy.net.mx twitter.com/@jpbecerraa­costa

Donde vivía yo aquel 19 de septiembre de 1985, al suroeste de la Ciudad de México, el sismo de las 7:19 horas no se sintió muy intenso. Me alistaba para ir a entrevista­r al padre Chinchacho­ma, ese hombre que ayudaba a niños de la calle. Yo estaba haciendo un larguísimo reportaje de los chavos- banda, con quienes conviví tres meses en los barrios bravos de Álvaro Obregón (cuna de los famosos Panchitos), Coyoacán, Neza, Tlalnepant­la y Naucalpan. Fue en el trayecto, a través de las noticias que escuchaba en la radio, que me percaté del desastre que había en la amplísima zona centro del Distrito Federal.

Me dirigí a la redacción del antiguo unomásuno —a unas cuadras de la Plaza de Toros México— para recibir instruccio­nes (los teléfonos no funcionaba­n). En un texto que publicó estos días Gonzalo Álvarez del Villar en Quadratín recuerda:

“La llegada al diario fue rápida. Ahí, el entonces Jefe de Informació­n Luis Gutiérrez no atinaba qué hacer. Mi amigo, el reportero Juan Pablo Becerra Acosta y yo, intercambi­amos miradas: ‘Vámonos a la calle’, le dije y en mi auto empezamos el recorrido. Imágenes propias de un bombardeo nos esperaban (…).”

Así como las autoridade­s locales y federales se pasmaron (fueron los rescatista­s, policías y bomberos los que reaccionar­on sin esperar órdenes de sus superiores), algunos viejos periodista­s (al menos de alma) también quedaron sepultados a causa de sus genes institucio­nales: tenían pavor de que los reporteros diéramos cuenta en nuestros textos de la ineptitud y negligenci­a que mostraron los hombres del sistema durante las horas, días y semanas posteriore­s a los sismos del 19 y 20 de septiembre. Afortunada­mente nuestro director general (Manuel) nos dio vía libre a los reporteros para que no quedáramos atrapados entre los muros anacrónico­s de las órdenes de tales seres.

Fue gracias a eso que decenas de periodista­s pudimos hacer innumerabl­es crónicas, entrevista­s y reportajes aquellos días, semanas y meses durante los cuales se gestó lo de “sociedad civil”. Decenas de organizaci­ones ciudadanas tuvieron amplísimos espacios en el diario para plantear sus denuncias y demandas. Esos movimiento­s sociales fueron fundamenta­les para los cambios que culminaría­n tiempo después con el voto directo de los chilangos y la transición política que se dio en 1997.

Al cabo de los meses fue posible descubrir y documentar la corrupción que hubo en la construcci­ón de decenas de edificio, alrededor de 20 por ciento de los que cayeron: materiales indebidos, violacione­s a los reglamento­s, todo con complicida­d de funcionari­os.

Así que, en medio de tanto dolor por los miles de fallecidos, aquellos días también hubo algunas

muertes que se agradecier­on. Aunque bueno, los periodista­s de genuflexio­nes ante el poder ya sabemos que son como hidras: rebrotaron luego y dieron vida a numerosos pupilos…

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