Milenio

El gas mostaza y la miseria europea

CADA VEZ QUE veo las fotografía­s de los refugiados queriendo entrar a Europa, me acuerdo de mi madre, que se quedó sin país en 1939 y que llegó a Veracruz en uno de esos barcos del general Cárdenas. ¿Qué hubiera sido de mamá, y de mí, sin la generosida­d d

- JORDI SOLER

El miedo de los europeos a la avalancha de refugiados sirios que se agolpa en la frontera es la evidencia de la poca memoria que tiene el continente. Los países europeos son el producto de múltiples migracione­s, de pueblos enteros que llegaban a instalarse en un valle o en una meseta, y años después eran invadidos, o asimilados, por otro pueblo. Así se forman los países, ningún pueblo, con la excepción de los que viven en ese terruño africano de donde salió el primer hombre, es originalme­nte del sitio donde se encuentra.

La historia de la humanidad, de la civilizaci­ón, es un continuo ir y venir de personas de distintas procedenci­as que, en determinad­o momento, se concentran en un punto geográfico específico. Para ilustrar este ir y venir observemos esta contundent­e simetría: los sirios que hoy están agolpados en las fronteras de Europa, pidiendo asilo porque en su país, que está en guerra, ya no pueden vivir, son los descendien­tes de los sirios que, a principios del año 700, cuando Damasco era una potencia, digamos, mundial, llegaron a imponer su ley a Córdoba, que entonces era la ciudad más importante de, digamos, Europa, y en general en ese territorio que hoy es Andalucía, y un poco más tarde, en el 719, otro ejército de sirios llegó, con las mismas intencione­s, a las puertas de Narbona, en Francia. Desde luego que los motivos del ejército sirio del siglo VIII son radicalmen­te distintos de los que tienen los exiliados del XXI, sin embargo esos dos desplazami­entos masivos encierran una triste evidencia: los poderosos no tienen fronteras mientras que los exiliados, que de verdad necesitan un país, siempre tienen dificultad­es para instalarse y rehacer su vida en otro sitio. Durante los primeros días de la avalancha siria, cuando los Estados europeos estaban todavía un poco despistado­s, los refugiados entraban sin demasiadas dificultad­es al espacio Schengen y una vez dentro iban buscando dónde asentarse, como han hecho durante toda la historia del mundo, con la excepción quizá del último siglo, los exiliados, los refugiados, los que no tienen un país al cual volver. Pero hoy, una vez que Europa se ha rearmado con sus miedos y sus fobias, cuando los refugiados llegan a pedir asilo a la frontera la policía los recibe con una descarga de gas mostaza. Y esa descarga va a dar a una multitud en la que hay mujeres y niños, jóvenes con la

vida partida y hombres de bien que en Siria, antes de que empezara la guerra, tenían trabajo y mantenían a sus familias. El ex presidente José Mujica, que en estos días recorre España diseminand­o su impagable sabiduría, hacía ver que las manos de los refugiados que están agolpados en la frontera no son de obreros ni de campesinos, sino de gente que vivía en ciudades y trabajaba en comercios u oficinas.

La reacción de Europa ante la llegada de los sirios es la de los hombres medievales ante las invasiones bárbaras, es una reacción altamente irracional que está a punto de dinamitar ese concepto ejemplar, sin duda la iniciativa política más civilizada de nuestro tiempo, que es el espacio Shengen, un territorio que ocupan 26 países que, en 1995, decidieron suprimir las fronteras. Ese espacio está a punto de naufragar porque los Estados europeos, por miedo a la invasión de los otros, debaten si vuelven a instalar fronteras entre los países.

Ante la actitud miserable de los gobiernos europeos, que no dejan entrar a los refugiados que ya han llegado, después de un viaje atroz, hasta las puertas de Europa, no está de más recordar lo que hizo el gobierno del general Lázaro Cárdenas, por otra avalancha de refugiados europeos a los que la misma Europa repudiaba: los españoles exiliados de la Guerra Civil que estaban encerrados en campos de concentrac­ión franceses. Cárdenas y sus aguerridos diplomátic­os entraron en contacto con los exiliados españoles en Francia y les ofrecieron asilo en México; para esos miles de españoles que se entusiasma­ron con el proyecto, y que por supuesto no tenían forma de pagarse un viaje trasatlánt­ico, el gobierno mexicano fl etó barcos que se llevaron a los exiliados hasta Veracruz. Este episodio histórico de solidarida­d con los que se han quedado sin país, el esfuerzo que hizo el gobierno mexicano para rescatar a aquellos miles de españoles que vivían en los campos de concentrac­ión franceses, debería recordarse en estos tiempos de miseria moral europea. Cada vez que veo las fotografía­s de los refugiados queriendo entrar a Europa, me acuerdo de mi madre, que se quedó sin país en 1939 y que llegó a Veracruz en uno de esos barcos del general Cárdenas. ¿Qué hubiera sido de mamá, y de mí, sin la generosida­d de México? m

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