Milenio

Fuerte Breendonk, único campo de concentrac­ión de Bélgica

Se utilizó para detención provisiona­l

- EFE/ Bruselas

Un 20 de septiembre de hace ya 75 años Mordka Grundmann, Karl Kahn, Bention Galanter y René Dillen cruzaron por primera vez la puerta del fuerte Breendonk, el único campo de concentrac­ión nazi en territorio belga de la II Guerra Mundial, convertido hoy en un memorial en recuerdo de las víctimas.

Situado a una escasa media hora de Bruselas, y perdido en un cruce de carreteras y naves industrial­es, la gigantesca y gris silueta del memorial se camufla en una explanada agrícola a pocos metros de una zona residencia­l.

El fuerte fue construido en 1909 como parte de un anillo defensivo en torno a la ciudad de Amberes. Tras sobrevivir al ataque de obuses durante la I Guerra Mundial y después de años obsoleto, en 1940, tras la capitulaci­ón de Bélgica, el destino hizo que este complejo cayese en manos nazis.

El lugar conserva la oscuridad de antaño. Un foso de agua, como los que tenían los castillos medievales, rodea el complejo.

Breendonk presentaba una peculiarid­ad. Al uso no se trataba de un campo de concentrac­ión como el de Auschwitz, en Polonia, o el de Mauthausen, en Austria, sino que, como narró el historiado­r a cargo del centro, Dimitri Roden, se trataba de un “campo de reubicació­n, un campo de transito”.

Según los registros, por sus instalacio­nes pasaron alrededor de 3 mil 600 prisionero­s (30 de ellos mujeres) de los que se estima que uno de cada diez murieron durante la guerra, ya sea en el fuerte, donde perecieron 301, o en otros campos de exterminio.

El 6 de mayo de 1944, poco antes de la liberación de Bélgica, los prisionero­s fueron enviados a campos de concentrac­ión en Alemania, de donde regresaron muy pocos. Tras la liberación, los aliados encontraro­n el fuerte abandonado. m

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Evocan a las víctimas.

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