Gol, olé y amén
España siempre había sido país de futbol, futbolistas, toros y toreros. Un deporte dominante y una fiesta nacional, cultivaron durante años una afición monótona, monotemática y monosilábica: gol, olé y amén. Únicas palabras que la sociedad repetía unida todos los domingos. Abarrotada la arena y repleto el campo, no quedaban huecos. Destacaba el ciclismo con Bahamontes, pero era difícil seguirlo. Los españoles iban de misa al estadio y del estadio a la plaza. Bajo esta condición, entre oficial y religiosa, arraigar otros deportes resultaba inimaginable. Hasta que llegaron un tenista y un golfista, hijos de las clases populares: casi un milagro. Manolo Santana de Roland Garros a Copa Davis y Wimbledon, y Severiano Ballesteros, convirtiendo el golf en encantador de masas antes de ganar el Open Británico, liberan a la afición española viniendo de abajo. El tenis y el golf, dos deportes elitistas en cadena nacional, consiguen despertar el instinto deportivo y ganador de un país que se asomaba a un importante cambio social. Aquellos primeros triunfos individuales, se identificaron con generaciones que hasta entonces, solo querían jugar al futbol en el recreo. De los legendarios Santana y Ballesteros, ganadores de todo, descienden generaciones encabezadas por Induráin, Arantxa, Fernando Alonso, Casillas, Xavi, Nadal, Gasol, Belmonte, Lorenzo... Los españoles saltan de la plaza a las pistas, la NBA, F1, Mundiales, Eurocopas y cualquier evento que tuvieran por delante. El exitoso ejemplo español, donde todos los días nacen ciclistas, pilotos, atletas, nadadoras, balonmanistas, motociclistas, tenistas, golfistas, futbolistas y basquetbolistas campeones, es un caso práctico: sociedad y deporte siempre avanzan juntos.