El papa pide a los obispos no tener prejuicios sobre la familia
Señala a los participantes que esa reunión “no es un parlamento”
El papa Francisco pidió a más de 250 obispos del mundo abandonar los prejuicios, los pareceres personales y actuar con “valentía apostólica”.
El pontífice hizo su demanda en la inauguración de la asamblea que debatirá los desafíos de la familia y propondrá respuestas a sus problemas.
El pontífice abrió ayer el Sínodo de los Obispos en una sala dentro del Aula Pablo VI del Vaticano, y ahí llamó a los clérigos a hablar con franqueza.
Se debe de poner “siempre como prioridad “el bien de la Iglesia, de las familias y la suprema ley: la salud de las almas”, subrayó.
Los padres sinodales analizarán un sinnúmero de problemas que afronta la institución familiar: la violencia, el desempleo, la separación, las angustias económicas, la falta de espiritualidad, la ignorancia religiosa y el abandono.
Entre los asuntos más delicados destaca la situación de los divorciados vueltos a casar y si algunos fieles en estas condiciones (después de un particular camino penitencial) puedan acceder a la comunión, lo que hasta ahora la Iglesia prohíbe.
También se estudiarán posibles respuestas pastorales para los menores criados por parejas homosexuales, puntos que han polarizado los debates mediáticos previos a la reunión.
El líder católico aclaró que el Sínodo “no es un congreso o un parlatorio”, “un parlamento o un senado donde se pone de acuerdo”, sino una “una expresión” de la Iglesia que “camina junta para leer la realidad con los ojos de la fe y con el corazón de Dios”.
Advirtió que la fe “no es un museo” y que la asamblea será un “espacio protegido” donde todos los obispos puedan dejarse guiar por “el Dios que sorprende siempre”.
Instó a los obispos a tener una “valentía apostólica” que no se deja atemorizar ni frente a las “seducciones del mundo” que tienden a apagar en el corazón de los hombres la luz de la verdad sustituyéndola con pequeñas y temporales luces.
También los exhortó a la “humildad evangélica” que “sabe vaciarse de las propias convicciones y prejuicios” para escuchar a los demás. “Humildad que lleva a apuntar el dedo no contra los demás para juzgarlos, sino para tomarles la mano, para levantarlos, sin jamás sentirse superiores”, añadió.
Más adelante recomendó a los obispos hacer callar los propios humores para “escuchar la suave voz de Dios que habla en el silencio”, porque sin escuchar a Dios todas las palabras serán solo palabras, que no sacian y no sirven.
“Sin dejarse guiar por el espíritu, todas nuestras decisiones serán solo decoraciones que en lugar de exaltar el evangelio lo cubren y lo esconden”, precisó. “El Sínodo no es un parlamento en el cual para alcanzar un consenso o un acuerdo común
El Sínodo
tEl Sínodo convocado por el pontífice se extenderá hasta el 25 de octubre y lleva por título “La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo”.
En la asamblea participan 270 padres sinodales (obispos incluídos) con derecho al voto y 90 expertos y auditores para asesorarlos en los temas que debatirán. tEn el resumen de los temas que se platicarán en el Sínodo destacan dos: el cómo integrar a la Iglesia a los divorciados vueltos a casar y el de cómo comportarse ante los homosexuales. se echa mano de la negociación, al acuerdo o al compromiso. El único método del Sínodo es aquel de abrirse al espíritu santo, con valentía apostólica”, insistió
Francisco advirtió que el Sínodo no debe ser un Parlamento para negociar un acuerdo o pactar compromisos. “Os quiero recordar que el Sínodo no es un Congreso o un Parlamento donde hay que llegar a ponerse de acuerdo. El Sínodo es una expresión eclesial, es la Iglesia que camina, para leer la realidad con los ojos de la fe y los ojos de Dios”, añadió.
El pontífice reiteró que deben afrontar el tema con “celo pastoral, franqueza y sabiduría y poniendo por encima de todo el bien de la familia, de la Iglesia y de la suprema lex (ley suprema): la salvación de las almas”.
El único método para lograrlo, subrayó el obispo de Roma, es “abrirse al espíritu santo para iluminarnos ante nuestras opiniones personales y prejuicios por el bien de la Iglesia”. m