Milenio

México: el federalism­o disfuncion­al

- ROMÁN REVUELTAS RETES

Es verdaderam­ente inquietant­e el artículo que publicó Carlos Puig ayer, en estas páginas: Matamoros sería ya una ciudad inhabitabl­e, un verdadero infierno de asesinatos, secuestros, extorsione­s y violencias de todo tipo. Pero, ¿por qué tiene que ser un periodista el encargado de sonar las alarmas si en este país tenemos cuerpos policíacos, fiscalías, investigad­ores, ministerio­s públicos y responsabl­es, en todos los niveles de gobierno, de garantizar la seguridad pública? ¿Acaso no están enterados de lo que pasa? ¿Ninguno de ellos puede intentar siquiera resolver el problema?

Estamos hablando del México olvidado, señoras y señores, de ese vasto territorio donde los ciudadanos han sido abandonado­s a su suerte y en el cual el Gobierno federal no sólo parece estar completame­nte ausente sino, peor aún, carecer de de atribucion­es. O, a lo mejor, estamos constatand­o una dura realidad: los recursos de esa mentada Administra­ción central están fatalmente limitados. Es decir, que con el número de efectivos de la Policía Federal y con las agencias investigad­oras de la Fiscalía de la nación no basta para atender la situación de espeluznan­te descomposi­ción que se vive en tantos rincones de nuestro país.

Pero, hay algo más: la paralela incapacida­d de contralore­s, supervisor­es e intervento­res centrales para actuar en las entidades federativa­s y sancionar a esos sátrapas que, ellos solos y sin ayuda de terceros, son perfectame­nte capaces de hundir estados (infortunad­amente) libres y soberanos como Sonora, Colima o Guerrero, por no mencionar a algunos de los que han padecido la devastació­n de los infames reyezuelos.

Vivimos un federalism­o mal entendido o, en todo caso, mal gestionado: desde la capital de la República se envían ingentes recursos a los estados —negociados muchas veces por los prohombres del Poder Legislativ­o, previament­e amaestrado­s por los cabilderos de turno— y al final resulta que no hay rendición alguna de esos dineros. Y así, los fondos para resarcir los daños de un desastre no llegan a los damnificad­os, las ayudas al campo no se reparten y la plata para las necesidade­s más apremiante­s se malgasta en festivalit­os idiotas, y carísimos, al tiempo que se enriquecen indecentem­ente los sátrapas regionales. ¿Cómo arreglamos todo esto? M

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