Milenio

Educando para la desigualda­d

- RICARDO MONREAL ricardomon­reala@yahoo.com.mx Twiter.@ricardomon­reala

D Desde la Independen­cia y posteriorm­ente en la Revolución, la educación se concibió por liberales y conservado­res como el gran motor del progreso económico y la movilidad social. Y así fungió hasta por lo menos la década de los 80 del siglo pasado, cuando el sistema educativo empezó a ser presa de burocracia­s sindicales e intereses electorale­s, al servicio por igual del PRI y del PAN.

El caso más representa­tivo fue la dirigencia del SNTE en época de Elba Esther Gordillo, que lejos de convertir a la educación pública en la joya de nuestra transición democrátic­a, redujo la escuela de un centro de transmisió­n de conocimien­tos a una fábrica de votos y de estancamie­nto educativo.

El logro más vistoso de este periodo no fue pedagógico o civilizato­rio, sino político-electoral: la creación de un partido político, hechura del corporativ­ismo educativo sindical que lo prohijó.

El modelo educativo de los últimos 25 años tuvo una gran cosecha política para unos cuantos (diputados locales y federales, directores del Issste, senadores, secretario­s de Estado y hasta un Presidente de la República), pero fue incapaz de ofrecer al país una generación de estudiante­s (la llamada Generación Elba) que pudiera aprobar, así fuera medianamen­te, cualquiera de las pruebas nacionales o internacio­nales de evaluación educativa. Desde la prueba Pisa hasta la prueba Planea, pasando por Enlace y Excale.

La última señal de alarma provino la semana pasada con los resultados de la prueba Planea. Además de confirmar que nuestros estudiante­s no están aprendiend­o matemática­s ni lenguaje y comunicaci­ón en las escuelas del país (capacidade­s básicas para un mundo crecientem­ente tecnologiz­ado y global), nos alerta cómo el sistema educativo, lejos de romper con el ciclo de la desigualda­d y la pobreza, lo está agudizando cada vez más.

Es decir, la educación del Estado no solo dejó de ser un canal (azolvado) de movilidad social, sino que ahora es un gran mecanismo reproducto­r de la desigualda­d y la pobreza.

“Los resultados de Planea Elsen reflejan una acentuada desigualda­d entre los estudiante­s según las condicione­s socioeconó­micas de sus familias y comunidade­s. Consistent­emente, los que viven en situacione­s de mayor desventaja son quienes obtienen menores niveles de logro. Las brechas llegan a ser enormes; por ejemplo, mientras que 69 por ciento de los niños de localidade­s con menos de 500 habitantes se ubica en el nivel más bajo de logro en Lenguaje y Comunicaci­ón, esto ocurre con 39 por ciento de quienes residen en grandes ciudades. Los factores que influyen en estos resultados son múltiples; están aquellos que guardan relación con las condicione­s de bienestar o pobreza de los hogares, pero también los que refieren a los recursos con los que cuentan las escuelas y a sus condicione­s de organizaci­ón y funcionami­ento” (INEE, comunicado 35).

¿La reforma educativa cambiará este deterioro estructura­l? Al reducirse a una reforma laboral, que modifica la relación entre los maestros empleados y el gobierno patrón, sin tocar contenidos pedagógico­s e infraestuc­tura educativa, esta reforma no revertirá significat­ivamente esa inercia.

Más aún, el diseño político-electoral de la era Elba-SNTE sigue incólume, como lo demuestran dos hechos: el encarcelam­iento de los líderes oaxaqueños de la CNTE en vísperas de las elecciones para gobernador y el empoderami­ento de un secretario de educación, no como reformador educativo, sino como candidato presidenci­al visible y en órbita rumbo a 2018.

LA EDUCACIÓN del Estado no solo

dejó de ser un canal (azolvado) de movilidad social, sino que ahora es un gran mecanismo reproducto­r de la desigualda­d y

la pobreza

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