Educando para la desigualdad
D Desde la Independencia y posteriormente en la Revolución, la educación se concibió por liberales y conservadores como el gran motor del progreso económico y la movilidad social. Y así fungió hasta por lo menos la década de los 80 del siglo pasado, cuando el sistema educativo empezó a ser presa de burocracias sindicales e intereses electorales, al servicio por igual del PRI y del PAN.
El caso más representativo fue la dirigencia del SNTE en época de Elba Esther Gordillo, que lejos de convertir a la educación pública en la joya de nuestra transición democrática, redujo la escuela de un centro de transmisión de conocimientos a una fábrica de votos y de estancamiento educativo.
El logro más vistoso de este periodo no fue pedagógico o civilizatorio, sino político-electoral: la creación de un partido político, hechura del corporativismo educativo sindical que lo prohijó.
El modelo educativo de los últimos 25 años tuvo una gran cosecha política para unos cuantos (diputados locales y federales, directores del Issste, senadores, secretarios de Estado y hasta un Presidente de la República), pero fue incapaz de ofrecer al país una generación de estudiantes (la llamada Generación Elba) que pudiera aprobar, así fuera medianamente, cualquiera de las pruebas nacionales o internacionales de evaluación educativa. Desde la prueba Pisa hasta la prueba Planea, pasando por Enlace y Excale.
La última señal de alarma provino la semana pasada con los resultados de la prueba Planea. Además de confirmar que nuestros estudiantes no están aprendiendo matemáticas ni lenguaje y comunicación en las escuelas del país (capacidades básicas para un mundo crecientemente tecnologizado y global), nos alerta cómo el sistema educativo, lejos de romper con el ciclo de la desigualdad y la pobreza, lo está agudizando cada vez más.
Es decir, la educación del Estado no solo dejó de ser un canal (azolvado) de movilidad social, sino que ahora es un gran mecanismo reproductor de la desigualdad y la pobreza.
“Los resultados de Planea Elsen reflejan una acentuada desigualdad entre los estudiantes según las condiciones socioeconómicas de sus familias y comunidades. Consistentemente, los que viven en situaciones de mayor desventaja son quienes obtienen menores niveles de logro. Las brechas llegan a ser enormes; por ejemplo, mientras que 69 por ciento de los niños de localidades con menos de 500 habitantes se ubica en el nivel más bajo de logro en Lenguaje y Comunicación, esto ocurre con 39 por ciento de quienes residen en grandes ciudades. Los factores que influyen en estos resultados son múltiples; están aquellos que guardan relación con las condiciones de bienestar o pobreza de los hogares, pero también los que refieren a los recursos con los que cuentan las escuelas y a sus condiciones de organización y funcionamiento” (INEE, comunicado 35).
¿La reforma educativa cambiará este deterioro estructural? Al reducirse a una reforma laboral, que modifica la relación entre los maestros empleados y el gobierno patrón, sin tocar contenidos pedagógicos e infraestuctura educativa, esta reforma no revertirá significativamente esa inercia.
Más aún, el diseño político-electoral de la era Elba-SNTE sigue incólume, como lo demuestran dos hechos: el encarcelamiento de los líderes oaxaqueños de la CNTE en vísperas de las elecciones para gobernador y el empoderamiento de un secretario de educación, no como reformador educativo, sino como candidato presidencial visible y en órbita rumbo a 2018.
LA EDUCACIÓN del Estado no solo
dejó de ser un canal (azolvado) de movilidad social, sino que ahora es un gran mecanismo reproductor de la desigualdad y
la pobreza