El adiós de Fernando Savater
Leo la noticia de que Fernando Savater tiene libro nuevo —Aquí viven leones, que firma con su esposa, Sara Torres— y me llega como un golpe la noticia dentro de esa noticia: que acaso sea el último. Que se retira de escribir. Antes que nada, esa nueva me la tomo, supongo, como todos sus lectores: a título personal. Una de las muchas habilidades de Savater, derivada de su entusiasmo y su falta completa de presuntuosidad, es resultar cercano, entrañable. Pero enseguida me domina la sorpresa: ¿de veras puede parar de escribir ese hombre?
La pregunta no es retórica. El wikipediazo obligado dice que tiene más de 80 libros. Libros variadísimos, que van de la novela juvenil al teatro o al ensayo literario, y de éste a la divulgación filosófica, a la Filosofía de profundidades y la reflexión política. Como todos, he leído con provecho sus aproximaciones a Voltaire y Nietzsche, igual que sus invitaciones a la literatura aventuresca y policiaca o sus lecturas de los grandes del XIX y el XX (de eso va Aquí viven leones). Pero echaré de menos, sobre todo, al lector crítico, sensato, bravo, de la realidad; al comentarista político que no se corta a la hora de clavar dardos. A Savater le debemos, por ejemplo, la certeza de que los nacionalismos, todos, son intrínsecamente hostiles, facciosos, victimistas: aberrantes, como queda claro en Contra las patrias; o la defensa de la legalización de las drogas; ola crítica a las izquierdas más reaccionarias, pero también la defensa de la educación pública y el zarandeo a la siempre ultramontana derecha española. Le debemos, en una palabra, la apuesta por la ciudadanía, y disculparán el tremendo lugar común. Cuando Savater defiende el derecho al libre consumo, la lucha de la población contra el terrorismo por la vía pacífica (échenle ojo a Perdonen las molestias) o la educación masiva, lo que hace es defender un modelo de ciudadano, ese sujeto libre pero responsable, dueño de derechos pero también de responsabilidades, que por ser todas esas cosas no es, de ninguna manera, una víctima.
Por supuesto, sostener esas posiciones implica pagar un precio, que es la enemistad de los idiotas. En su día, Savater fue amenazado por ETA y obligado a vivir entre escoltas. En ese trance encontró muchas solidaridades, pero también un mundo de críticas maliciosas e ideologizadas, de mezquindad. Así que tal vez no sea tan sorprendente que deje de escribir. Uno se cansa de los idiotas, carajo.Y vaya, el hombre se ha ganado una jubilación feliz. m