Milenio

MAZA BUSTAMANTE

VERÓNICA

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El albur está a dos rayitas de ser la primera lengua de la nación, porque quienes no lo entienden corren el riesgo de perderse la mitad de la experienci­a extrasenso­rial que implica vivir en este país. Además, tiene un elemento importante de todo idioma que se precie de serlo: quienes no lo hablan al cien por ciento, se esfuerzan por entenderlo e interpreta­rlo, saliendo champurrad­os albureros que terminan divirtiend­o a la concurrenc­ia.

No hay que olvidar el dialecto del amor a la mexicana: el de los “itos” e “itas”, de las mentiras dulces y las promesas al aire. El Chapo Guzmán y Kate del Castillo nos acaban de dar toda una clase de cómo hablarlo mediante sus chats. Que se ar- men desde el Altiplano unas clases para quienes quieran prometer que cuidarán a su bien más que a sus ojos, que usen bien palabras como rosita, bonita, chiquita, amiguita, buenota… ejem, no, bondadosit­a y demás.

Pero eso sí, el lenguaje de hoy es el de la mota. Ya nos enseñó Lucía Méndez que echarse un gallego no sólo sirve para conservars­e con cuerpazo y sin celulitis, sino para conectar con el lenguaje de la divinidad, no ponerse pedo y comenzar a hablar lenguas muertas (que ni son de aquí), hablar como loca o loco y ver la ventana de la verdad. Este idioma sí se ve. Pero hay que parlarlo con moderación, porque des

hidrata.

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