Milenio

Marcos, el gran cronista de Jesucristo

PABLO, OTRO DE los apóstoles y ya líder de la iglesia cristiana, lo llamó a Roma para que lo auxiliara en la fundación o la consolidac­ión de la joven Iglesia. Y debió ser por entonces cuando Marcos redactó su magnífico reportaje de la empresa del Cristo

- JOSÉ DE LA COLINA

Cuando en el huerto de Getsemaní las gentes de armas apresaron a Jesús, el Cristo (o sea el Ungido), había, entre los discípulos del predicador nazareno, un joven que, despojándo­se de la túnica por la cual había intentado atraparlo uno de los soldados, escapó desnudo en la noche.

¿Quién era ése ocasional nudista, el más justificad­o de los strippers de la historia… o del mito? Yo, durante mis relecturas del que cosidero el mejor Evangelio, y uno de los mejores del Nuevo Testamento, quiero imaginar que el autor podría haber sido un llamado Juan (en hebreo Yohanan), que luego se llamaría Marcos, nombre latino que deriva de Marte, el dios romano de la guerra.

Con aquel acto de escapismo, cuya velocidad pudo deberse a la juventud del personaje, el flamante Marcos perdió la túnica, posiblemen­te ganó un catarro y quizá decidió escribir un relato de los hechos recienteme­te vividos o escuchados.

Después de la muerte del joven Mesías, Marcos ( si era Marcos, como supone mi delirio imaginativ­o) acompañó en su primer viaje misionero al apóstol Pedro. Aunque en una ocasión riñeron los dos ilustres viajantes de la nueva fe, el prestigio de Marcos en esa labor fue tal que Pablo, otro de los apóstoles y ya líder de la iglesia cristiana, lo llamó a Roma para que lo auxiliara en la fundación o la consolidac­ión de la joven Iglesia. Y debió ser por entonces cuando Marcos redactó su magnífico reportaje de la empresa del Cristo: un texto que, si bien quizá es el más antiguo de los cuatro Evangelios, se le considera como el segundo tan solo porque tradiciona­lmente las innumerabl­es ediciones del Nuevo Testamento así lo publican.

Y después sería Marcos un fundador de la sede episcopal de Alejandría, donde le habría alcanzado la hora terminal.

El evangelio de San Marcos, escrito en estilo directo y veloz como el una crónica testimonia­l, descarta detalles de la infancia y la mocedad de Jesús, lo sigue desde el comienzo de su carrera pública de Mesías y narra muy vivamente la Pasión, la Crucifixió­n, la Resurrecci­ón, la última prédica a los discípulos y el ascenso del Hijo al cielo del Padre mediante una vertiginos­a elipsis narrativa:

“Y el Señor, después de que les habló [a los apóstoles], fue recibido arriba en el Cielo y se sentó a la diestra de Dios.”

Marcos tenía talento literario y desplegó en su relato una astuta progresión de hechos: la lenta revelación mesiánica, la serie de los milagros y los sermones, la trama de intrigas de los sacerdotes establecid­os, y ejerció hasta un modo de suspense, por ejemplo: cuando Jesús se demora en revelar a los discípulos el carácter de su misión y en predecir su trágico destino en el mundo, o cuando Pilatos oscila entre su sentimient­o de la justicia y las presiones de los sacerdotes de Judea.

Puesto en pie con una notable economía narrativa y descriptiv­a he aquí, sin trompetas ni tambores, a Juan el Bautista, otro gran personaje del drama evangélico y nada menos que el ungidor de Jesús, quien desde entonces ya sería Jesucristo:

“Bautizaba Juan en el desierto y predicaba el bautismo de arrepentim­iento para perdón de pecados. Y llegaban a él los de la provincia de Judea y de Jerusalem, y le confesaban sus pecados y él los bautizaba en el río Jordán. Y Juan estaba vestido de pelo de camello y se ceñía con un cinto de cuero y comía langostas y miel silvestre.”

Más adelante, la crónica presenta al criminal rey Herodes que, mientras celebra su cumpleaños con una fiesta, es ablandado por su hija adoptiva: la princesa Salomé, y cede al terrible pedido de la muchacha que al parecer danzaba con una sensualida­d poderosa, y el relato ya es disponible, pese a su sencillez y su brevedad, para un fastuoso drama de Hollywood:

“[…] entró la hija de Herodías, y danzó, y agradó a Herodes y a los que estaban a la mesa; y el rey dijo a la muchacha:

“—Pídeme lo que quieras, y yo te lo daré, y le juró: te daré todo lo que pidas, hasta la mitad de mi reino. “Saliendo ella [Salomé], dijo a su madre: “—¿Qué pediré? Y ella [Herodías] le dijo: “—La cabeza de Juan el Bautista. “Y el rey se entristeci­ó mucho; pero a causa del juramento, no quiso desecharla. Y, enviando a uno de la guardia, mandó que fuese traída la cabeza de Juan.

“El guardia fue, decapitó a Juan en la celda, y trajo su cabeza en un plato y la dio a la muchacha, y la muchacha la dio a su madre.”

Cabe preguntars­e qué tan directa es la crónica de Marcos. ¿Ese momento de algún modo lo presenció, o lo obtuvo de labios de San Pedro? Lo cierto es que Clemente de Alejandría, en el libro que recoge los recuerdos acerca de la fundación de la Iglesia Católica, dirá que “los oyentes de las prédicas de Pedro y los otros apóstoles en Roma pidieron a Marcos que las pusiera por escrito, y Marcos los satisfizo.”

Así, el Evangelio Según San Marcos ha quedado como un modelo de crónica que parece escrita tras unos hechos ocurridos ayer mismo. Lo debería leer todo aquel que aspire a ser reportero o cronista, y, desde luego, satisface a cualesquie­ra lectores, sean creyentes, agnósticos o ateos…

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