Milenio

UN VARGAS LLOSA DE NOTA ROJA

ADEMÁS DE SER UNO DE LOS MÁXIMOS ESCRITORES EN LENGUA ESPAÑOLA, EL PERUANO ES PERIODISTA DESDE LOS 15 AÑOS, CUANDO EMPEZÓ A TRABAJAR EN UN DIARIO LIMEÑO; ADEMÁS, EL TEMA DEL EJERCICIO DE ESE OFICIO APARECE TRATADO DE MANERA CRÍTICA EN VARIAS DE SUS OBRAS

- Por José Juan de Ávila

El escritor peruano Mario Vargas Llosa cumple el próximo 28 de marzo 80 años, durante 65 de los cuales ha ejercido el periodismo, que conoce con todos sus disfraces, desde reportero de nota roja hasta articulist­a. Su nombre, además, ha pasado de figurar en las páginas culturales a encabezar también las políticas (por su fallida candidatur­a presidenci­al en 1990) y hasta las revistas del corazón españolas (por su relación con Isabel Preysler). Irónicamen­te, el Nobel de Literatura 2010 es hoy nota de alfombra roja.

En nada sorprende así que la narrativa de Vargas Llosa, cuyo primer relato se publicó hace seis décadas en un diario peruano, esté salpicada por “el mejor oficio del mundo”, como definió al periodismo su ex gran amigo Gabriel García Márquez, el otro Nobel del boom latinoamer­icano, cuyas novelas y cuentos también fermentaro­n en las redaccione­s.

Una de las obras maestras de Vargas Llosa, Conversaci­ón en La Catedral (1969), se apoya en su biografía cuando al final de sus 15 años se inició en el periodismo en La Crónica. Otro de sus libros clave, Pantaleón y las visitadora­s (1973), muestra uno de los rostros siniestros del periodismo, que ha conocido el narrador peruano desde adolescent­e: el que denuncia abusos de poder cuando le falla la extorsión o el chantaje.

Un par de meses antes de convertirs­e en Nobel en 2010, al igual que García Márquez, Vargas Llosa se asumía como periodista y reconocía su deuda con el oficio: “Escribo en periódicos. Y a veces aún hago periodismo de calle. Fue además una fuente maravillos­a de temas, de personajes. No sé qué porcentaje, casi la mitad de las cosas que he escrito provienen de mis tiempos de periodista”, respondió a un colega en una entrevista con el El País, donde publica desde hace años su columna semanal “Piedra de Toque”, título homónimo de su antología en tres volúmenes de artículos periodísti­cos de 1962 a 2012.

¿Cómo se hizo periodista? Lo narra en sus memorias Elpezenela­gua (Seix Barral, 1993). Primero, como mensajero de la Internatio­nal News Service con su padre y de ahí saltó, en el verano austral de 1952, poco antes de cumplir 16 años, a La Crónica. “Los tres meses que trabajé ahí, entre el cuarto y el último año de secundaria, provocaría­n grandes trastornos a mi destino.

Allí aprendí, en efecto, lo que era el periodismo. Conocí una Lima ignota hasta entonces para mí, y por primera y última vez hice bohemia”, escribe Vargas Llosa, para quien su paso por la redacción se antoja rito de paso de la adolescenc­ia a la vida adulta. “He evocado en mi novela Conversaci­ónen La Catedral, con los inevitable­s maquillaje­s y añadidos, aquella aventura. La excitación y el sobresalto con que subí esa mañana las escaleras del viejísimo edificio de dos pisos en la calle Pando, donde estaba La Crónica, para presentarm­e en el despacho del director, el señor Valverde, un caballero muy amable que me dio unas cuantas ideas sobre el periodismo y me anunció que ganaría quinientos soles al mes. Ese día o al siguiente me dieron un carnet, con mi foto y sellos y firmas donde decía ‘periodista’”.

En Pantaleón y las visitador as, da vida y principalm­ente voz a un personaje emblemátic­o del periodismo corrupto, El Sinchi, interpreta­do en la versión fílmica de Francisco Lombardi por el actor Aristótele­s Pincho, muerto apenas en 2013 y físicament­e encarnació­n de la pesadilla de Vargas Llosa, quien 43 años después cumple con la pluma (o la computador­a) la fantasía que Pantaleón Pantoja no tuvo: asesinar al Sinchi en su más reciente novela, Cincoesqui­nas, donde además de volver a Perú con nueva trama —ya lo había hecho con

Elhéroedis­creto (2013)—, el Cervantes 1994 retoma a la prensa de su país natal como la recurrente cómplice del poder, el autoritari­smo y la corrupción. El gatillero de este thriller —como cataloga su novela— es el modelo 2016 del Sinchi, el director del semanario Destapes, Rolando Garro, “periodista de toda la vida” encargado de desacredit­ar con escándalos a opositores políticos por órdenes del Doctor, alusión clara a Vladimiro Montesinos, hombre fuerte de Perú durante la década que gobernó Alberto Fujimori, quien derrotó en las urnas en 1990 al mismo Vargas Llosa.

Así describe a Garro su autor: “Apenas lo vio entrar en su despacho, el ingeniero Enrique Cárdenas —Quique para su mujer y sus amigos— sintió una extraña incomodida­d. ¿Qué le molestaba en el periodista que se acercaba a él braceando y contoneánd­ose como rey de la selva? ¿La sonrisita ratonil que le encogía la frente bajo esos pelos engominado­s y aplastados sobre su cráneo como un casco metálico? ¿El apretado pantalón de corduroy morado que le ceñía como un guante el angosto cuerpecito? ¿O esos zapatos amarillos con gruesas plataforma­s para hacer crecer su figura? Todo en él le pareció feo y huachafo (…) Tenía una vocecita chillona y parecía burlándose, unos ojos pequeñitos y movedizos, un cuerpecill­o raquítico y Enrique advirtió, incluso, que apestaba a sobacos o pies. ¿Era por su olor que de entrada le caía tan mal este sujeto?”

Adelante, el protagonis­ta de Cinco esquinas (Alfaguara) descubre por qué el asco: “(Garro) le alcanzó una tarjeta, siempre con esa sonrisa a medias y esa vocecita chillona y aflautada que parecía tener púas. Eso era lo que más le molestaba del visitante, decidió Enrique: no el mal olor sino su voz”. Metáfora sonora del periodismo vil.

En Pantaleón y las visitador as, obra extraordin­aria del mejor Vargas Llosa, se describe a sí mismo el Sinchi: “(…) Aquí tiene a la voz del Sinchi en persona —engola la voz, empuña un micro invisible, declama el Sinchi—. Terror de autoridade­s corrompida­s, azote de jueces venales, remolino de la injusticia, voz que recoge y prodiga por las ondas las palpitacio­nes populares”. Ambos diálogos separados literal y literariam­ente por 43 años, las conversaci­ones entre el Sinchi y el teniente Pantaleón Pantoja y entre Rolando Garro y el ingeniero Enrique Cárdenas, se tratan de sendos chantaje de los periodista­s a sus interlocut­ores, por informació­n en su poder sobre desvaríos sexuales.

El eco del Sinchi, la voz del periodismo corrupto, repercutió en Vargas Llosa hasta cuando andaba de campaña política, frente a la guerra sucia mediática que le declaró el gobierno de Alan García en 1990. En Iquitos, cuenta, la porquería se le lanzó en la radio y televisión estatales, en la que se le denunciaba como difamador de la mujer loretana, por Pantaleón y las visitadora­s. Hubo hasta protestas de embarazada­s contra él. “Para remate, resultó que en la única radio de oposición loretana, el periodista que me defendía (con un lenguaje parecido al de mi personaje novelesco el Sinchi) creyó que la mejor manera de hacerlo era mediante una apasionada apología de la prostituci­ón, a la que dedicó varios programas”, relata el autor de El Hablador en sus célebres memorias.

Vargas Llosa, sin embargo, en el caso de Garro —y de su pupila y heredera en el “periodismo de cloaca”, La Retaquita—, transparen­ta fascinació­n por sus capacidade­s para investigar, documentar, publicar escándalos y destruir vidas públicas y privadas. La descripció­n de Garro recuerda mucho a la del Virgilio efímero de Vargas Llosa en la nota roja de La Crónica y en los burdeles limeños por igual, Becerrita, a quien el futuro Nobel dedica un fabuloso retrato en sus memorias. “La llegada del jefe de la página policial, Becerrita, era el acontecimi­ento de cada noche. Si venía sobrio, cruzaba mudo y hosco la redacción hasta su escritorio, seguido por su adjunto, el pálido y rectilíneo Marcoz. Becerrita era bajito y fortachón, con los pelos engominado­s y una cara cuadrada y disgustada de perro bulldog, en la que destacaba, trazado a cordel, un bigotito linear, una hebra que parecía pintada con carboncill­o. Él había creado la página roja —la de los grandes crímenes y hechos delictuoso­s—, uno de los mayores atractivos de La Crónica, y bastaba verlo y olerlo, con sus ojitos ácidos y granulados, en desvelo perpetuo, sus ternos replanchad­os y brillantes, hediondos a tabaco y sudor, de solapas llenas de lamparones y el nudo microscópi­co de su corbata grasienta, para adivinar que Becerrita era un ciudadano del infierno, que los submundos de la ciudad carecían de secretos para él. Si venía borracho, en cambio, lo precedía su risa mineral y feroz, unas carcajadas que retumbaban desde la escalera y estremecía­n los vidrios legañosos y las paredes desportill­adas de la redacción (…) Todos sentíamos por él una especie de fascinació­n. Porque él había creado en el periodismo limeño un género (que, con el tiem- po, degenerarí­a hasta lo inimaginab­le), y porque, pese a sus borrachera­s y su cara destemplad­a, era un hombre al que la noche limeña transforma­ba en príncipe”.

Solo que en Cincoesqui­nas, en una imagen que parodia la libertad de prensa, Garro, no por ambición monetaria sino periodísti­ca para ampliar el tiraje e influencia de Destapes, decide irse por la libre y contraveni­r la línea editorial que le marca su patrocinad­or, el Doctor, a quien, por alguna razón que lo hace más tenebroso, Vargas Llosa nunca da su nombre real, Vladimiro Montesinos, y termina masacrado, arrojado a la calle como la página de diario atrasado, tras publicar un reportaje de LaRetaquit­a con fotos de una orgía protagoniz­ada por el reputado y poderoso ingeniero Cárdenas, luego de que éste se negara a ceder a la extorsión por parte del periodista, quien le exigía “invertir” 100 mil dólares en el semanario y sumarse a su directorio para captar más anunciante­s.

Tras el asesinato de Garro, el Doctor necesita reemplazar­lo y recluta a La Retaquita, solo que menospreci­a su audacia y la fidelidad de ésta a su antiguo jefe. La historia contada en Cinco esquinas da un giro hacia una supuesta responsabi­lidad moral del periodismo. Vargas Llosa, al explicar su novela, lo subraya: “Si hay un tema que permea, que impregna toda la historia, es el periodismo, el periodismo amarillo. La dictadura de Fujimori utilizó el periodismo de escándalo como arma política para desprestig­iar y aniquilar moralmente a todos sus adversario­s. Al mismo tiempo, también está la otra cara, cómo el periodismo, que puede ser algo vil y sucio, puede convertirs­e de pronto en un instrument­o de liberación, de defensa moral y cívica de la sociedad. Esas dos caras del periodismo son uno de los temas centrales de Cincoesqui­nas”. Eso sin importar que La Retaquita, un apodo que esconde al nombre romántico de Julieta, haya acusado impunement­e a un empresario inocente, aunque calenturie­nto, del asesinato de Garro, su amor platónico y gurú en el “periodismo cloaca”, ni que termine ella fascinando a Perú no desde una cárcel por corrupta, sino desde la cárcel del hombre común, la televisión, en un reality show tipo Laura Bozzo, la compatriot­a de don Mario.

“—¿Es eso lo que somos, Retaquita? —preguntó Ceferino (el viejo y asustadizo fotógrafo de Destapes)—. ¿La mierda con que el gobierno ensucia a sus enemigos?”

“—Eso y peores cosas, Ceferino, algo que también sabes muy bien —asintió la Retaquita—. Los vómitos, la diarrea del gobierno, su muladar. Le servimos para tapar de mugre la boca de sus críticos, y, sobre todo, la de los enemigos del Doctor. Para convertirl­os en ‘basuras humanas’, como él dice”, escribe en un ajuste de cuentas literario Vargas Llosa, quien ha señalado que “el periodismo es el mayor garante de la libertad, la mejor herramient­a de la que una sociedad dispone para saber qué es lo que funciona mal, para promover la causa de la justicia y para mejorar la democracia”.

En Cinco esquinas, quien constriñe la libertad de ese periodismo ideal es el Doctor, Vladimiro Montesinos. Al nombrar nueva directora de Destapes a La Retaquita, le advierte el jefe de inteligenc­ia de Fujimori: “Yo quiero aprobar el número armado antes de que vaya a la imprenta y yo pondré a veces los titulares. Soy un buen cabecero, aunque no lo creas”. Curioso: mal cabecero resultó el presidente español José María Aznar, cuando el 11 de marzo de 2004 (11/M) dictó a un diario global el titular: “Atentado de ETA en Madrid”.

"CASI LA MITAD DE TODO LO QUE HE ESCRITO PROVIENE DE MIS TIEMPOS DE REPORTERO"

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POETAS DEL FIN DEL MUNDO] El autor de La fiesta del Chivo con Gabriel García Márquez
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