Milenio

EL HOMBRE MÁS RICO DE LA HISTORIA

- POR HÉCTOR RIVERA*

Acaba de salir un libro importante. O eso esperamos algunos lectores: The Richest Man Who Ever Lived (“El hombre más rico de la historia”), de Greg Steinmetz. Importante porque relata el origen de lo que nos hizo ricos y pobres. Jakob Fugger fue el hombre más rico del mundo, quizá de toda la historia. No es posible un cálculo monetario para aseverar tal cosa, pero digamos que Bill Gates y Warren Buffet, sumados, tienen menos del 1 por ciento de la economía de su país. En cambio, Fugger fue propietari­o del 9 por ciento de las riquezas de Alemania, y el 2 por ciento de Europa entera.

Pero su inmensa riqueza importa mucho menos que los medios y mecanismos que utilizó para enriquecer­se: prestar dinero a los poderosos, a sabiendas de que no podían pagar. El papado (Alejandro VI y Julio II), la corona francesa y, principalm­ente, Carlos V, el gran Emperador. Supo que sus deudores jamás saldarían sus adeudos, pero también que la riqueza no era cosa de tener dinero sino de hacerlo. Y en ese puntito —un cambio de enfoque— se bifurca la historia. Los marxismos creyeron que el capitalism­o era una mutación de la propiedad privada feudal. En realidad surgió del inmenso comercio de las rutas navieras y el contratism­o (por ejemplo, Cristóbal Colón, o los corsarios ingleses) y de una mutación financiera: el crédito. Durante muchos siglos, prestar dinero con interés era pecado de usura, y nadie quería prestar. Al principio, para financiar viajes y empresas (que éste era el sentido original de la palabra “empresa”: la incursión aventurera, como Cortés emprendió rumbo a México), los europeos invitaron a los judíos, que podían prestar dinero con intereses sin que importara el pecado. Esa función cumple Shylock en El mercader de Venecia, por ejemplo.

Y bien, cuando el papa Julio II se hallaba en bancarrota, Fugger le volvió a prestar dinero, a pesar de su ya cuantiosa deuda. Como ambos sabían que la cantidad no podría ser saldada, el Papa aceptó un trato compuesto y corrupto: Fugger —que ya tenía el monopolio de la plata en el Norte de Europa— podría vender indulgenci­as, por vía de empleados suyos, y conservar la mitad de los ingresos y, sobre todo, obtuvo la dispensa papal (bula y todo) para prestar dinero con intereses, sin que fuera pecado. A la usura le brotó un adjetivo: ya no era cobrar intereses sino intereses excesivos. Y aquí nace el cisma de la cristianda­d: todo mundo recuerda que Martín Lutero dirigía su justa furia contra el papado y sus corrupcion­es. Pero las “95 Tesis” —origen del protestant­ismo— fueron la respuesta directa a Jakob Fugger, por esos dos negocios con el príncipe de Roma. Y, del mismo descarnado modo con que la política se cepilla la moral (Maquiavelo), las finanzas se vuelven poder político: con Fugger, el endeudamie­nto transfiere poder y se convierte en una nueva forma del capital. Eso entendió Fugger y cambió el mundo: ser acreedor puede ser mejor que cobrar una deuda. Quizá con este libro podamos articular una mejor historia y una peor opinión de nuestras institucio­nes.

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[ ADPRESS.NET] Jakob Fugger

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