Milenio

LOS HÉROES ANÓNIMOS DE BRUSELAS

HABITANTES DE TODO TIPO DE LA CAPITAL EUROPEA ACUDIERON ESPONTÁNEA­MENTE EN AYUDA DE LAS DECENAS DE HERIDOS OCASIONADA­S POR LOS ATAQUES TERRORISTA­S EN EL METRO Y EL AEROPUERTO DE LA CIUDAD; UNA EXPRESIÓN DE HUMANISMO Y DIGNIDAD QUE ES MUESTRA DEL RECHAZO C

- por Julio I. Godínez Hernández / Bélgica

Stijn llegó minutos después de la una de la tarde al albergue que ocuparon los pasajeros evacuados del aeropuerto de Bruselas. Solo cinco horas habían pasado desde que dos explosione­s habían golpeado por sorpresa los mostradore­s de la terminal aérea y una más el interior de una estación del Metro de esta ciudad, lo que dejó decenas de muertos y centenas de heridos.

A ese chico de raza negra, lentes de pasta y gesto amable lo acompañaba la tarde del martes 22 de marzo pasado su amigo Jonah, quien en ese momento luchaba por no soltar los dos paquetes de agua y otros dos de los tradiciona­les wafles belgas que cargaba para repartir entre la gente al interior del gimnasio de la localidad de Zaventem, a unos 15 kilómetros al noroeste del centro de esta ciudad, que es donde se localiza el aeropuerto internacio­nal de Bélgica.

Aquellos dos chicos de no más de 20 años no eran policías, tampoco elementos de protección civil ni paramédico­s, eran personas comunes y corrientes, dos vecinos que sintieron la necesidad de solidariza­rse con quienes habían estado en el lugar en el momento en que tuvieron lugar los ataques que las autoridade­s belgas calificaro­n como terrorista­s y que se adjudicó el grupo radical Estado Islámico.

“Creo que es lo mínimo que podemos hacer por la gente que está aquí”, dijo Stijn a un grupo de reporteros que se acercaron a preguntarl­e el motivo por el cual se encontraba­n ahí. Casi al mismo tiempo que los dos jóvenes arribaban al lugar para sumarse al resto de personas que repartían sopa caliente y bebidas al interior, una emotiva escena tenía lugar junto a ellos, una pareja de belgas salía del local cargando a una niña de trenzas y piel morena; junto a ellos, la madre de la pequeña caminaba arrastrand­o una maleta. A su paso, ninguno de ellos quiso hablar, solo el hombre se limitó a decir: “Vinimos aquí a ofrecer nuestra casa a alguien que necesitara un lugar para pasar la noche”.

“SOY MÉDICO; NO PUEDO HUIR”

Pasado el medio día del martes, Rik Achten se sumergió en su tina de baño. Junto a él, en el piso, había dejado su ropa con un rastro carmesí. Aquella era la sangre de varías víctimas que había podido atender justo después de que los ataques tuvieran lugar en el aeropuerto de Bruselas. Achten se quedó un largo rato dentro del agua tibia recordando lo que había vivido solo hace unas horas.

Aquella mañana, el médico del hospital universita­rio de la ciudad de Gante, ubicada a 40 minutos al norte de la capital, había llegado temprano a la terminal aérea para tomar un vuelo que lo conduciría a Alemania. Minutos antes de las ocho de la mañana ordenó un café, compró un diario y se sentó a leerlo en la zona de embarque. En ese momento escuchó un fortísimo impacto...

Desconcert­ado, miró a su alrededor. Vio cómo el al aire se volvía más denso a causa de una gran nube de humo que se asomó desde la zona de seguridad del aeropuerto y cómo corría la gente buscando una salida de emergencia.

“Pensé que algo había sucedido y que tal vez podía ayudar. No supe de inmediato que se trataba de una bomba. Diez, 15 segundos después, la segunda bomba estalló, esta vez muy cerca de mí —narró—. En todas partes vi piezas del techo. Todo volaba alrededor, pero un pilar parece que me cubrió del estallido. Por lo tanto no me vi herido”.

Aturdido, Rik escuchó a su alrededor gritos y gemidos que pedían auxilio. “Entonces pensé: soy médico, no puedo huir. Tengo que ver si puedo ayudar a alguien”. Cuando el humo se disipó un poco, la tragedia se hizo evidente frente a él. Por todos lados había escombros y, entre ellos, pasajeros que habían sido alcanzados por las esquirlas que fueron colocadas por los terrorista­s en las bombas. Vio a un joven con fracturas graves que gritaba de dolor, a quien acomodó en el piso y acondicion­ó una almohada para su cabeza; a una mujer rodeada de un charco de sangre con una herida abierta en su espalda que intentó detener sin éxito.

“Quería ayudar a la gente, pero sin material podía hacer poco. No soy médico de urgencias ni traumatólo­go. No se puede imaginar lo frustrado que me sentí”, explicó.

Hasta que llegaron los servicios de emergencia, Rik se mantuvo en el lugar. Más tarde su hijo pasaría por él para llevarlo a casa, donde se sumergiría en su tina junto a sus ropas con manchas carmesí para, posteriorm­ente, irse a trabajar. “No podía estar solo”, dijo.

EL HÉROE DE ZAVENTEM

Alphonse Youla llegó a las cuatro de la mañana a trabajar. Durante las siguientes cuatro horas, este hombre de 40 años llevó a cabo sus labores normales como maletero en el área de mostradore­s del aeropuerto. No obstante, un minuto antes de las ocho de la mañana escuchó a alguien gritar unas palabras en árabe seguido de un impetuoso impacto muy cerca de él. En cuestión de segundos, otra detonación golpeó. Como todos los que estuvieron presentes, no tenía idea de lo que ocurría. “El pánico fue completo, era una pesadilla”, contó al diario Het

Laaste Nieuws.

Sin embargo, una vez que Youla pudo reincorpor­arse, vio cómo todo a su alrededor era un caos, el techo caído y en todas partes víctimas con heridas de diferentes grados. “El pánico era enorme. Vi a gente con sangre en el suelo que ya no se movía. Algunas personas fueron aplastadas por completo, otras perdieron extremidad­es. Vi a un hombre que había perdido ambas piernas y a un oficial de policía con una pierna rota. Era realmente horrible”, explicó a la cadena BBC.

Como testigo de aquellas pavorosas imágenes, el corpulento hombre de su uniforme fluorescen­te decidió ayudar a seis o siete personas que estaban heridas antes de que llegaran los servicios de emergencia. Además, auxilió a sacar cuerpos que yacían sin vida en el piso de la terminal.

Por sus acciones, la prensa decidió bautizar a Alphonse Youla como “El héroe de Zaventem”.

DE VUELTA AL TRABAJO

Al salir de casa el martes por la mañana, Christian Delhasse no sabía que le esperaba un día de horror y heroísmo. Este conductor del Metro de la ciudad de Bruselas tenía como destino la parada de KunstWet, justo una estación después de la de Maelbeek, por la que cruzan diferentes líneas y donde se detuvo, a las 08:15 horas, para que descendier­an y abordaran los pasajeros. Repentinam­ente, escuchó cómo retumbaba el andén y cómo la penumbra y la confusión se apoderaban del lugar.

Ileso, salió como pudo de su cabina de conductor para ver lo que había ocurrido. Entre la confusión vio a varias personas heridas. Sin dudarlo, comenzó a auxiliar a los pasajeros para tratar de sacarlos de la estación que se encuentra en el llamado “barrio europeo” de esta capital, el cual aloja la sede del Parlamento y la Comisión Europea.

Sin embargo, la estela de muerte ya era mayor en este lugar. Al interior de la estación falleciero­n 20 personas casi de forma inmediata por la intensidad de la explosión.

Aquella tarde, Delhasse dio una entrevista a la televisión pública y agradeció a todas las personas que preguntaro­n por él. Al día siguiente, el miércoles, Christian se levantó muy temprano como todos los días. Se enfundó en su uniforme y volvió al trabajo.

EL MULTICULTU­RALISMO, NUESTRO TRIUNFO

“¡Para el auto, voy a ayudar!”, le pidió Tine Gregor a su marido al escuchar que se había producido una explosión en la estación del Metro de Maelbeek. Doctora en medicina y psiquiatra infantil especialis­ta en manejo de crisis, se encontraba muy cerca del lugar, iba de camino a dejar a su hijo a la guardería.

Tine se dirigió tan rápido como pudo al acceso de la estación. “¡Soy médico!”, gritó, y comenzó a solicitar algunos objetos como bufandas y pañuelos a los curiosos que ahí se encontraba­n para administra­r los primeros auxilios a los heridos. La doctora desconocía las imágenes que estaba por presenciar.

“La gente tenía lesiones muy graves: todo tipo de fracturas, los intestinos colgando hacia fuera… heridas en la cabeza, hasta un cuero cabelludo tuve que tomar en mis manos —declaró—. Tuve a una señora que se le veía el útero expuesto, después me di cuenta de que era tan grande porque estaba embarazada de unas pocas semanas”.

Tine Gregor dijo que no tenía intención en narrar lo que hizo por las víctimas. Sin embargo, el amor por Bruselas, su ciudad, la empujó a hacerlo en un programa de noticias holandés. La doctora espera que los ataques no lleven a la división de la capital. “El multicultu­ralismo es precisamen­te la carta de triunfo de nuestra ciudad. No debemos ceder ante los terrorista­s”, concluyó.

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VINCENT KESSLER/REUTERS] Los actos de sacrificio y generosida­d con riesgo de la propia vida fueron esperanzad­ores
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