LOS FANÁTICOS
La mañana del 7 de enero de 2015 dos encapuchados atentaron contra las oficinas del semanario CharlieHebdo, en París, matando a 12 personas. Diez meses después, la noche del 13 de noviembre, la capital francesa volvió a estremecerse con otro acto extremista cuyo saldo fue de 137 personas muertas. El terrorismo —parafraseando a Marx y Engels— recorre Europa, alterando la vida cotidiana, incitando el temor y el odio contra los musulmanes. La violencia irracional de los yihadistas ha hecho blanco de animosidad y desconfianza a los devotos de Alá, aun cuando la mayoría no tenga vela en el entierro.
El cartujo recuerda estos sucesos al saber de los atentados en Bruselas el pasado martes: 34 muertos y un montón de heridos. Como en París, los autores son fanáticos del Estado Islámico (ISIS), dispuestos a inmolarse con tal de castigar dolorosa, cruelmente, a quienes no son ni piensan como ellos.
En el ensayo “Esperando a los bárbaros”, publicado en el suplemento cultural Laberinto el 14 de noviembre de 2015, Amos Oz escribe: “Estoy consciente de la necesidad de recurrir, a veces, a la mano dura como último remedio. Pero creo que es imposible matar una idea solo con mano dura. Las malas ideas deberían ser vencidas, en última instancia, por ideas mejores. ISIS no es solo un grupo de asesinos, es una idea nacida de la rabia y la desesperación y el fanatismo. Se puede recurrir a la mano dura para derrotar a ISIS, pero el vacío consiguiente debe llenarse con mejores ideas”.
“El síndrome de nuestro tiempo —dice también el autor de Bajo esta luz violenta— es la lucha universal entre fanáticos, todas las clases de fanáticos, y el resto de nosotros”.
Dice más, habla de los fanáticos como seres sin humor ni curiosidad; no saben reír ni buscar cosas nuevas; desconocen el placer de la aventura. Todo en ello son certezas, sentencias, ideas inamovibles.
A veces, en las noches largas de insomnio, el monje piensa en los fanáticos de antes y de ahora, de aquí y de otras partes. Ignoran la compasión y el amor. En uno de los testimonios reunidos por Svetlana Aleksiévich en Elfin del “Homosovieticus” (Acantilado, 2015) un viejo comunista le cuenta de los primeros días de la Revolución de Octubre: “Me acuerdo ahora de Orsk, cerca de Orenburg. Los vagones de carga llenos de familias de kulaks (campesinos con tierras y dinero) salían sin parar. Los enviábamos a Siberia. Yo formaba parte de la tropa que vigilaba la estación de ferrocarriles. Abrí la puerta de un vagón. Un hombre desnudo colgaba de un cinturón en el fondo. Una madre acunaba en brazos a una criatura, mientras su otro hijo permanecía sentado a su lado. El chiquillo se llevaba a la boca trozos de mierda, como si fuera pasta de sémola. El comisario me dijo a gritos: ‘¡Cierra esa puerta ahora mismo! ¡Son putos kulaks que no valen para el mundo nuevo que construimos!’”.
El mundo nuevo, el paraíso, la redención, promesas eternas para el fuego del fanatismo. Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.