Milenio

¿HASTA CUÁNDO?

- POR: EDUARDO RABASA

Sería interesant­e montar un gigantesco contador digital, como los que se utilizan en algunos países para medir los niveles de deuda pública, y disponerlo en algún lugar de gran visibilida­d ciudadana, por ejemplo el Zócalo, donde se llevara la cuenta de la cifra oficial de muertos y desapareci­dos ocasionado­s por la guerra contra las drogas. De esa manera, tendríamos un recordator­io tangible de lo que sucede cuando se mezcla un contexto de millones de personas en pobreza extrema, aunado a una insaciable demanda estadunide­nse por drogas (la nacional ya tampoco es menospreci­able), más la venta masiva de armas, también estadunide­nse, lo cual provoca el coctel explosivo que nos regala una cuota diaria de decapitado­s en diversos puntos del territorio nacional.

Mientras eso sucede, una comisión internacio­nal de expertos en temas médicos, conformada por la publicació­n médica

Lancet y por la Universida­d Johns Hopkins, acaban de publicar un reporte que aboga por la despenaliz­ación y un cambio de estrategia global. Uno de sus miembros, el Dr. Chris Beyrer, resume así los hallazgos: “La meta de prohibir el consumo, posesión, produc- ción y tráfico de drogas ilegales es la base de nuestras legislacio­nes antidrogas nacionales, pero estas políticas se basan sobre ideas de consumo y dependenci­a de drogas que no tienen sustento científico (…) La ‘guerra contra las drogas’ global ha causado daños a la salud pública, a los derechos humanos y al desarrollo. Es hora de que repensemos el enfoque de las políticas sobre las drogas, y de que coloquemos la evidencia científica y la salud pública en el centro de la discusión”.

Y es que si no lo tomamos como un dogma incuestion­able, sino como uno de los más urgentes temas a debatir, ¿en qué se fundamenta la prohibició­n? Ni siquiera el argumento puritano que considera perjudicia­l el consumo de drogas se sostiene pues, como se demuestra con una encuesta tras otra, el consumo de prácticame­nte todas las drogas se ha disparado a lo largo de una gama sumamente amplia del espectro poblaciona­l, tanto en edades como en niveles socioeconó­micos. Es decir que ni siquiera es que la guerra contra las drogas realmente tenga ningún impacto en el consumo, y sí produce un espeluznan­te daño colateral de muertes violentas, desapareci­dos, lavado de dinero y una población aprisionad­a, por no hablar del daño fiscal ocasionado por el hecho de que toda la economía en torno a las drogas y a la venta de armas clandestin­as sea necesariam­ente subterráne­a.

Es difícil reconocer los errores, y más cuando han producido un baño de sangre sin parangón en la historia nacional, pero es más grave persistir en ellos y continuar añadiendo a la cuenta ignominios­a de una violencia anclada en una prohibició­n que cada vez tiene menos sentido, desde cualquier punto de vista que se le mire.

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Hay que repensar la política sobre las drogas.

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