Milenio

Pilatos

- JUAN IGNACIO ZAVALA

La Semana Santa, aparte de ofrecer múltiples formas de tener un vía crucis al salir de vacaciones, también son días de lecturas y encuentros. Por estas fechas me gusta recordar en este espacio a uno de los personajes centrales de aquellos días: Pilatos. Concretame­nte, me he referido al libro de Ann Wroe: Pilatos, biografía deun hombreinve­ntado (ed. Tusquets). Sorprende que se tengan tan pocos datos ciertos sobre un hombre que es referencia clásica a la hora de impartir —o no— justicia. Una parte relevante del libro es la que se ocupa del juicio. Es claro que Pilatos no quería condenar a Jesús, lo que no sabemos es si realmente fue por estar convencido de la inocencia o por contrariar a los sacerdotes que lo presionaro­n todo el tiempo durante el juicio. De cualquier manera la turba ejerció una fuerte presión sobre el funcionari­o romano. Más allá del supuesto sueño de Prócula (esposa de Poncio) por el que le mandaba un mensaje para no condenar al nazareno, Pilatos no quería otro enredo y lo más probable es que no encontrara el significad­o real de las repuestas que le daba Jesús, de hecho Pilatos encontró una fuerte resistenci­a en las mismas, es decir, el acusado no le ayudó a comprobar su inocencia.

Un par de subrayados. Bernard Shaw sobre Pilatos: “la historia ha firmado su sentencia contra él, pues ningún Estado se ha constituid­o jamás basándose en los principios de Cristo ni ha hecho posible la vida según sus mandamient­os”. “Políticame­nte, a la doctrina de Cristo no se le ha hecho más caso que el que Pilatos le hizo”.

En una entrevista con TheSunday Telegraph (07/04/96), Tony Blair dijo: “Lo que intriga de Pilatos es hasta qué punto intentó hacer lo correcto y no lo contrario. Si hoy reclama nuestra atención moral, no es porque fue un hombre malo, sino porque fue casi un hombre bueno. Podemos imaginárno­slo —titubeante, angustiado— convencido de que Jesús no había hecho nada malo, deseoso de ponerlo en libertad. Sin embargo, igual de fácil es visualizar a sus consejeros, que acudían a advertirle­s los riesgos, para que no diera motivos a disturbios ni inflamara la opinión pública judía. Es una parábola intemporal de la vida política.

Es posible ver a Pilatos como el político arquetípic­o, un hombre entre la espada y la pared, ante un dilema político muy antiguo. Sabemos que actuó mal, y sin embargo, la suya es la lucha entre lo correcto y lo convenient­e, una lucha que se ha repetido infinidad de veces a lo largo de toda la historia. Los Acuerdos de Múnich de 1938 son un ejemplo clásico, como lo fueron también los debates en torno a la Ley de la Gran Reforma de 1832 y las Leyes del Grano. Y, cuando echamos una mirada retrospect­iva, no siempre vemos con claridad qué es en verdad lo correcto. ¿Deberíamos hacer lo que nos parece un principio irrenuncia­ble o lo que es políticame­nte convenient­e? ¿Aplicar un test utilitaris­ta o decidimos por lo absoluto desde un punto de vista moral...?

El cristianis­mo es optimista respecto de la condición humana, pero no ingenuo. Puede identifica­r lo bueno, pero conoce la capacidad de hacer el mal. Creo que el esfuerzo incesante por hacer el bien y evitar el mal es el auténtico propósito de la existencia humana. Y de ese esfuerzo surge el progreso”. m

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