Introducción al terrorismo
No, la causante del terror no es Europa, Occidente, el colonialismo, el capitalismo, los transgénicos ni, tampoco, EPN; el peso de la destrucción, de los muertos y de los desplazados recae principalmente en los individuos y grupos adscritos al proyecto ideológico y expansionista que, sin ser un ejército formal, quiere imponer por las armas una autoridad teocrática, apocalíptica, premoderna y oscurantista. El más mentado es Isis, Isil o Daesh, como antes Al Qaeda, aunque mucho más letal sea Boko Haram, facción que opera en el continente africano y que solo en 2014 acumuló 6 mil 664 cadáveres, contra 6 mil 73 de Isis. La mayoría de éstos, por cierto, ultimados en sitios como Irak, Nigeria, Indonesia, Costa de Marfil o Túnez, muy lejos de Estados Unidos y de la Unión Europea.
Sí, es perfectamente comprensible, para quienes vivimos al oeste de Estambul, dolerse más por los ataques en París, Boston o Madrid que por los ocurridos en Mali, Bagdad o Mogadishu; como lo es llorar más por el amigo cercano asesinado en Veracruz, Tampico o Edomex que por los muchos desconocidos igualmente caídos en esas geografías impunes, sin que eso signifique que no nos importan. Y no, lamentarse por los refugiados sirios o por la destrucción de Palmira no equivale a desentenderse de los niños chiapanecos ni de los payasitos del camellón de al lado.
No, Islam no equivale a terrorismo, tanto como cristianismo no es igual a Ku Klux Klan. ¿Que el KKK no mata? No, desde los años 80 ya no tanto. ¿Que el Corán pide ejecutar a los infieles? La Biblia también; chequen Deuteronomio 17.5, y el mismo trato es recetado a los homosexuales o a los que trabajan el sábado. Que en nuestros tiempos la mayoría no obedezca estos apartados —otros, con consecuencias igualmente nocivas, sí, pero ese es otro asunto— demuestra que el horror no se destila solito de las múltiples sinrazones contenidas en dogmas o teologías, sino del grado de descomposición ética, psíquica y epistémica de los grupos que dicen seguirlas: Aum Shinrikyo, cuyos seguidores vaciaron gas sarín en el Metro de Tokio en el año 2000, matando a 13 e incapacitando a miles, dice nacer —sí, con otro nombre pero sigue allí— del budismo y del hinduismo. Nada justifica su irracionalidad intrínseca, pero acusar a una u otra religión de las atrocidades actuales de sus supuestos fieles es como culpar a la violencia en la tele de que el sobrino haya salido sicario.
Eso sí: regocijarse con las víctimas del terror, o decir que se lo merecen aludiendo a alguna consigna políticamente correcta, es tan bárbaro e ignorante como los atentados mismos. Y peor de ojete. m