Colegio Madrid
CONTAGIA UNA FELICIDAD que transforma en primavera todo otoño, esperando el aula nueva de otro grado y midiendo cada año en la viñeta diaria del cuaderno donde consta el clima y fecha de una comunidad libre
Una niña del Colegio Madrid dijo que le habían dejado de tarea subir a la azotea de su casa para hacerla Luna y conozco a un niño —ahora octogenario— que al repasar su vida acostumbra decir que en este colegio le enseñaron la vida. Egresados, hoy científicos o futbolistas desde siempre, cuentos y caligrafías, asambleas de pluralidad democrática desde edades tempranas, murales pintados y una compartida solidaridad constante ante el dolor ajeno, la necesidad común y el esfuerzo ejemplar son algunas de las virtudes que no solo distinguen al Colegio Madrid, sino que lo convierten en algo mucho más que escuela.
Es una comunidad transgeneracional y policultural, cuya raíz trasplantada desde el mejor rostro de España floreció en todas las caras de México. Sus viejos alumnos recuerdan un castillo encantado en lo que fuera un pueblo absorbido por una ciudad que poco a poco se fue abriendo en círculos concéntricos hasta la ronda de las nuevas generaciones que quizá evoquen al Madrid no como la ciudad que le da nombre, sino como el largo país de aulas y patios que recorren los alumnos más pequeños en quién sabe cuántos miles de pasos todos los días. Un paisaje arbolado de sendas particularmente pobladas de literatura: la sombra del Quijote y los versos de Federico, la cara de Cárdenas y el mural del Exilio, los ensayos que se han de leer en voz alta en clase y la contagiosa proliferación de sonrisas. Es un colegio donde sonríen maestros tanto como sus alumnos, y donde el primer parámetro de sus variadas excelencias es el ánimo feliz. Pocas instituciones educativas de hoy en día pueden cifrar su primera virtud en la felicidad, pero el Madrid lo asume y transpira no solamente en el cómo enseñar aprendiendo y cómo se aprende enseñando, ese enrevesado juego de gerundios donde el alumno no solo es tan protagonista de su educación como el maestro, sino también arquitecto de la misma en dualidad de voces con la maestra. En un libro de próxima aparición se celebran los 75 años desde la fundación y en sus páginas se escuchan todas las voces desde la importancia del juego en el andar del aprendizaje a la lectura y escritura con la que se lee la realidad y el espejo desde los ojos de un alumno. Es un panorama de las prácticas que distinguen a este colegio de otras muchas escuelas por los notables avances que se han pluralizado con la incorporación de la lengua inglesa y por ese afán incansable por llegar al conocimiento a partir de la pregunta constante, la explicación didáctica como un acuerdo de ida y vuelta. Agreguemos la conciencia del pretérito, de la historia compartida que se escribe más en plural que en el singular dictado de las verdades supuestamente inapelables, y abrir la ventana del aula al mundo entero a través de los viajes de exploración e intercambio, alfabetización y descubrimiento. Es una comunidad comprometida con su medio y con el vértigo de la tecnología, tanto como un hogar para el pensamiento y portal para el espacio ilimitado de la acción, las palabras en la práctica, los números en la realidad.
Entre el pensamiento y la reflexión, el Colegio Madrid ha fermentado en varias generaciones el cultivo de la filosofía andante, la duda más que metódica, dinámica donde la profunda formación de un ser humano se asume desde su infancia en parvulario hasta la antesala universitaria de manera tutorial, inclusiva y corresponsable. Aquí se han adaptado esquemas y estrategias, apoyos y vertederos para las diferentes capacidades y posibles limitaciones de todo alumno. Pocos árboles dan tanta y tan generosa sombra.
El Colegio Madrid contagia una felicidad que transforma en primavera todo otoño, esperando el aula nueva de otro grado y midiendo cada año en la viñeta diaria del cuaderno donde consta el clima y fecha de una comunidad libre. Hay quienes fingen ser egresados quizá porque quienes lo son de veras siguen frecuentando a los compañeros de siempre que se conocieron en este Madrid, ayer o mañana de tantos años. Hay quienes llegamos a su follaje de la mano de nuestros hijos y, en mi caso, consta que no tengo un solo amigo que no tenga —de una o diversas maneras, directa o indirectamente— relación con el Colegio Madrid. Sobre todo, gratitud. m