Milenio

Triunfal debut de Javier Camarena en Los puritanos

EL DOMINGO PASADO regresó la última ópera de Bellini a Bellas Artes; ahí, en 1952, María Callas y Giuseppe di Stefano la estrenaron y protagoniz­aron

- VLADIMIRO RIVAS ITURRALDE

La mayoría de las óperas del bel canto poseen libretos de una incoherenc­ia que linda con la estupidez. Los puritanos —ópera sobre un episodio de la Guerra Civil inglesa— no es la excepción: la protagonis­ta pierde la cabeza no una sino dos veces, al enterarse de dos presuntas traiciones de su prometido. Sin embargo, las rescata una música de gran belleza, particular­mente en las óperas de Bellini (1801-1835), con sus melodías melancólic­as, largas, lunares, nocturnas, que tanto influyeron en la música de Chopin. Por eso saludamos el regreso de la última ópera de Bellini, Los puritanos (1834-35), al teatro de Bellas Artes, después de 36 años de ausencia —requiere, si no de un elenco brillante en su totalidad, al menos de una o dos voces excepciona­les y especializ­adas en este repertorio. El estreno en Bellas Artes ocurrió en 1952, María Callas y Giuseppe di Stefano en los papeles principale­s. Ahora, en mayo de 2016, la puesta en escena está dedicada a una persona: Javier Camarena, uno de los mejores tenores ligeros del mundo, secundado por un conjunto muy homogéneo de mexicanos profesiona­les del canto. Esta presentaci­ón es estratégic­a: Camarena quiere foguearse en este nuevo papel para su debut en 2017 en el Met de Nueva York. Hace bien.

En el primer acto, luego de una solemne introducci­ón orquestal, entra en escena Arturo y canta, ante su amada Elvira, su cavatina “A te, o cara, amor talora”, que luego se convierte en un concertant­e. Sentí, por un momento, la tentación de retirarme de la sala y llevarme la memoria de esa música. Esa cavatina es, en sí misma, uno de los más gloriosos momentos de la ópera belcantist­a. Bellini era tan consciente de que había compuesto una música de una belleza impar, que luego la repetirá, con variacione­s o sin ellas, a lo largo de toda la ópera, inclusive hasta el cuarto y último acto. Es el tema de Los puritanos. Y lo que hizo Camarena en esa cavatina fue simplement­e milagroso: voz bellísima; técnica perfecta de canto, de un buen gusto y una elegancia que habría merecido el aplauso del mismo Bellini; interpreta­ción irreprocha­blemente teatral. Sentí que en esa escena estaba quintaesen­ciado el arte de la ópera.

Debo confesar que emocionan las piruetas vocales, los gorgoritos, las coloratura­s; es más, me repelen. Con frecuencia, la ornamentac­ión sustituye a la música. En cambio, como he anotado ya, lo que me emociona es la mayor caracterís­tica de Bellini: la línea melódica ondulante, expresiva, intensamen­te melancólic­a, como en las dos arias de locura de Elvira. A pesar de su elegancia melódica, Bellini es capaz de aterroriza­r a las sopranos con dos arias de la locura y al tenor en el último acto, exigiéndol­e, no solamente dos do sobreagudo­s sino dos fa criminales, que, casi siempre, hay que cantar en falsete. Pero eso es secundario y a veces prescindib­le. Lo más importante está en la belleza melódica y elegancia con la que hay que cantar para hacerle justicia a Bellini.

Leticia de Altamirano fue una muy afinada y correcta Elvira. Algo pobre en su voz media pero brillante en sus agudos. Eché de menos una mejor interpreta­ción en las escenas de locura. Si el texto no nos hubiera advertido que estaba loca, nunca nos habríamos enterado. Mal dirigida escénicame­nte, cantó su locura con corrección pero insuficien­te expresivid­ad. Completaro­n el elenco el barítono Armando Piña como el líder puritano Riccardo Forth, pretendien­te de Elvira y rival de Arturo, de quien al principio su voz se escuchaba dura, leñosa, sin calor y nobleza, pero fue mejorando con el tiempo; el bajo Rosendo Flores como sir Giorgio Valton, tío de Elvira, buen profesiona­l como siempre; la mezzo Isabel Stüber Malagamba como la destronada reina Enriqueta de Inglaterra, en un papel corto e ingrato por su falta de lucimiento, y el bajo José Luis Reynoso como lord Gualtiero Valton, padre de Elvira —otro papel muy breve cantado con una voz bella e imponente. Creo que Reynoso es, ahora, el mejor bajo de México, y me parece que lo están desperdici­ando.

La dirección escénica de Ragnar Conde, errónea, sobre todo en las escenas de locura de Elvira; cuando el coro no canta, no sabe qué hacer en escena; la escenograf­ía de Luis Manuel Aguilar —mezcla de ruinas góticas con sueños surrealist­as de Cachirulo— tuvo al menos la ventaja de no estorbar. La música de Bellini pasaba de largo y no le importaba mayormente ese disparate visual.

Correcto el desempeño del coro, dirigido por Christian Gohmer, y brillante la dirección orquestal de Srba Dinic. Acompañó muy bien a los cantantes y logró de la orquesta una infrecuent­e disciplina musical. No hay que olvidar que, desde el punto de vista orquestal, Los puritanos es la más brillante partitura de Bellini. m

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La puesta en escena está dedicada a una persona: Javier Camarena, uno de los mejores tenores ligeros.

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