New York, New York
En Manhattan no hay frijol con gorgojo. Ni contingencias ambientales ni Hoy No Circula ni Comisión Ambiental de la Megalópolis, quizá porque esto es Metrópolis aunque no esté Superman. El Sol ha salido y los neoyorquinos se desnudan en los parques de una manera tan existencial que ni las lagartijas tratarían de imitarlos en toda su dimensión woodyallenesca.
Pero una sombra los inquieta, a ellos que ya pasan de todo, y que han visto su ciudad acosada por godzillas, terremotos, aliens desaforados y olas gigantescas de intensos luceros. Es el espectro de Donald Trump que abruma y los deprime. El que antes fuera figura decorativa del Nueva York yuppie, payasito de la fiestecita de la especulación inmobiliaria, modelo de millonario seductor con peluquín y sin corazón de pollo, que pasó del show de Mi pobre angelito al You’re fired como historia abreviada de la norteamericana alegría.
No hay duda, la preocupación es Donald Trump. Sobre todo porque los avergüenza; cómo es posible que en una tierra tan liberal y open mind pueda haber un sujeto que haya abierto la caja de Pandora de los prejuicios, el ultraconservadurismo y lo retardatario.
Por eso en las tiendas de souvenirs no encuentras más que unas tímidas playeras para burlarse del milloneta y exaltar a Hillary que es de los males el peor. No confían demasiado en la señora Clinton, pero Donald les da grima. Salvo las personas de más de 60 años que tienden a ver a Trump como un mesías empresarial.
Le preguntas a un nativo de la zona por Trump y hacen más caras que un granadero frente a un maestro en plantón de la CNTE. No se diga los latinos y mexicanos que se encaraman en cada intersticio del engranaje social. Lo abominan con la unanimidad que solo ha podido convocar Salinas; el mismo que dicen que ya está de regreso como si alguna vez se hubiera ido.
Pero están seguros de que Trump no va a ganar, con la fe de quien ha invocado a vírgenes y dioses para pedir ese pequeño favor, virgencita plis. Por lo pronto a los neoyorquinos supongo que también les parece irónico que la Trump Tower, en plena Quinta Avenida, esté enfrente de una boutique Abercrombie & Fitch, con sus modelos mamados y criaturas angelicales. Igual que buena parte de los que ahí laboran serían corridos si Donald llega a presidente y cumple sus promesas de campaña por su origen hispano.
En Nueva York no hay demasiado interés en que el Banco de México haya bajado las expectativas de crecimiento por quincuagésima ocasión y menos que Videgaray (¿todavía está entre nosotros?) le vaya echar la culpa a las turbulencias internacionales. Lo único que les interesa es que no se cumpla la profecía de Frank Sinatra en Trump, y que el que triunfe en NY, no triunfe en cualquier lado. M