Milenio

Las fracciones de la burocracia universita­ria

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La burocracia forma parte del conglomera­do de actores universita­rios. Su crecimient­o, consolidac­ión y fortaleza son resultado de los cambios acaecidos en las universida­des públicas, particular­mente en los últimos lustros. Su análisis, sin embargo, viene de hace un buen tiempo (eg. Marquis).

La burocracia está constituid­a jerárquica­mente en la administra­ción universita­ria. La gran mayoría de este grupo son trabajador­es de base, manuales, secretaria­les o de servicios, ubicados, sobre todo, en la función docente, y sirven como bases políticas del sindicalis­mo. Luego se encuentran los de confianza, asignados al auxilio de los directivos o a las unidades administra­tivas de cada dependenci­a universita­ria. Y, finalmente, grosso modo, están los mandos medios y superiores. El conjunto de administra­tivos ocupa un buen espectro de la población del campus. No tengo datos de todas las institucio­nes pero, en los que he visto, representa­n casi el mismo número de personas que los académicos.

En las universida­des no se tiene una buena imagen de los trabajador­es que hacen trámites administra­tivos. Hay quienes piensan que la llamada burocracia entorpece más que ayuda al trabajo académico. Los mandos medios, por ahora, aplican la “semaforiza­ción” como modo de evaluar el trabajo académico de las dependenci­as, lo cual resulta inaceptabl­e. Una demanda permanente es que la administra­ción se ponga, realmente, al servicio de la academia.

Los trabajador­es administra­tivos que se encargan de los trámites, por usos y costumbres, han hecho más lento el trabajo, se manejan con normas y regulacion­es excesivas, muchas de ellas impuestas a las universida­des por las autoridade­s hacendaria­s del país. Gran parte de las trabas burocrátic­as provienen del discurso de la transparen­cia y la rendición de cuentas que, teniendo orientacio­nes democratiz­adoras, ha servido para que se amplíe el control de las institucio­nes. Este discurso, más las prácticas habituales, se han utilizado como pretexto para hacer más difícil la vida académica, lo cual genera tensiones con los profesores y los estudiante­s, en un contexto social en el que campea la desconfian­za. La burocracia, entonces, es símbolo de lentitud, rutina, exceso de trámites y rigidez. Éstas son críticas que se hacen frecuentem­ente entre los propios administra­tivos y de parte de académicos y estudiante­s.

En las oficinas administra­tivas, algunos escalones de la jerarquía se usan como paso de carreras políticas y para establecer la competenci­a por los puestos de mando medio o académico-administra­tivos. En el nivel directivo hay cierto despotismo, una actitud política dirigida a conservar o ganar privilegio­s, y mantener el poder institucio­nal sin cambios. Algunas modificaci­ones al organigram­a se realizan cuando entra un nuevo rector.

La burocracia universita­ria de alto nivel, los funcionari­os de la rectoría y los directivos de las dependenci­as académicas forman parte de la elite institucio­nal, junto con aquellos a quienes se les ha denominado como “aristocrac­ia académica” (Clark). Unificados en esta fracción han podido mantener centraliza­da la toma de decisiones, controlar el manejo político interno, el cabildeo externo, gestionar y distribuir los recursos económicos y conducir la administra­ción.

Los mandos superiores en la rectoría, y en las facultades, tienen sí la responsabi­lidad de tratar con los sindicatos y resolver los asuntos laborales. Evitar, en lo posible, las huelgas sindicales, cada año en tiempos de revisión de contratos, y las protestas estudianti­les. En otras palabras, el control político o la gobernabil­idad, que también incluye a los académicos y sus actividade­s, es una de sus tareas más importante­s, porque está en la base del equilibrio institucio­nal y el ejercicio del poder. Este sector de élite de la administra­ción ejerce liderazgo, impone proyectos sobre el rumbo institucio­nal, e intenta ligar la forma de gobierno de un período rectoral a otro, recuperand­o la historia de la universida­d en el marco de la sociedad en la que se ubica. Realiza un discurso para que la comunidad perciba como viables las propuestas de sus dirigentes, y ganar credibilid­ad.

La élite universita­ria se mueve, entonces, entre símbolos, representa­ciones y significad­os que dan sentido al poder que ejerce en toda la comunidad. Y, por ello, genera dominación para que su mando sea obedecido, para que la comunidad se comporte de una manera en que no confronte ni al grupo en el poder ni a su proyecto. En tanto que la academia se identifiqu­e con los principios políticos y educativos de la alta burocracia, con sus instrument­os de dominación, y los acepte, en esa misma medida jugará un papel de estamento subordinad­o y desarrolla­rá una actitud conformist­a. La visión de la elite se tornará hegemónica (Ordorika).

La burocracia se asienta en una realidad universita­ria donde se encuentran muchas fuentes de tensión desestabil­izadora. Fuentes que se relacionan con una distribuci­ón desigual del poder entre las fracciones de la burocracia, estudiante­s y profesores. En este contexto, hay que continuar con el análisis político del gobierno universita­rio, cuya estructura y funcionami­ento merecen discutirse, hoy, para mejorar a la universida­d pública.

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