Milenio

En defensa de campañas negativas

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Si en 2006 no se le hubiera dado publicidad al dicho y al hecho de que López Obrador era un peligro para México, el primero de diciembre de 2012 el Presidente saliente, López Obrador, le habría entregado la Presidenci­a a Marcelo Ebrard, no sin antes haber reformado la Constituci­ón para reelegirse en 2018, con un padrón de votantes clientelar­es asistidos por el Estado del orden de 30 por ciento de la lista nominal de ciudadanos. En política y en la decisión de legislar, el hubiera sí existe. Eso debería formar parte del trabajo de un político y legislador serio.

Los mercadólog­os de Calderón sintetizar­on en una frase conductas probadas del ex jefe de Gobierno de la Ciudad de México, desde las reservas informativ­as de los segundos pisos hasta las actitudes dictatoria­les y extralegal­es que dieron origen al juicio de desafuero, pasando por las entregas de dinero de Carlos Ahumada a sus muy cercanos colaborado­res. Sin aquella campaña negativa, segurament­e, López Obrador habría sido Presidente de México y, para mal, habría cambiado la historia de este país de por sí descompues­to. Ese slogan insidió, en el votante medio, en una elección que se resolvió con 0.56% de la votación.

“¿Tú le crees a Madrazo…? Yo tampoco”. Aquel tercer lugar con 26% de la elección de 2006 para el candidato del PRI también afectó la elección. Se apelaba a lo que Madrazo había sido en su carrera, un simulador y un mentiroso. Las dos campañas negativas contra López Obrador y contra Madrazo surtieron sus efectos.

Las reformas políticas y electorale­s posteriore­s pretendier­on, sin ningún éxito, extirpar las campañas negativas y lo que hoy se llama guerras sucias, como si hubiera guerras limpias. El PRI y el PRD, en su condición opositora, impulsaron en 2007 reformas que vuelven a las elecciones un ejercicio institucio­nalizado de encubrimie­nto.

Lo que está en juego no es, como algunos han planteado, decidir entre quién es peor. Se trata de que la población tenga elementos para convalidar o descalific­ar la consistenc­ia de los partidos y de los candidatos entre dichos y hechos. Eso de que se necesitan campañas de propuestas es demagogia o ingenuidad. La posibilida­d de hacer propuestas realistas en los tiempos actuales, sea en elecciones estatales o federales, acorta o de plano elimina la capacidad de diferencia­ción. No hay márgenes financiero­s y fiscales posibles para distintas propuestas, a menos que se propongan ilusiones irrealizab­les o de plano mentiras crasas. No son tiempos de soluciones imaginativ­as, sino de fatalidade­s. De ahí ¿cómo diferencia­r? Con base en la consistenc­ia intelectua­l y moral de las organizaci­ones políticas y de sus candidatos.

Las mal llamadas guerras sucias o campañas negativas no solo deben ser legales; son indispensa­bles. El lodo no deja de existir si éste se oculta; si hay calumnias y éstas prenden en el electorado es porque la difamación tiene credibilid­ad con base en antecedent­es personales de los implicados. Tiene México una legislació­n hipócrita e inaplicabl­e. Las campañas deben ser como lo mostraron estas últimas semanas, a navaja limpia. ¿Quieren modificar en serio el esquema vigente con miras hacia 2018? Hagan una ley de partidos políticos que son institucio­nes de orden público, con criterios generales aplicables a todas y discutan en serio, a pesar de las ignorancia­s de priistas, la segunda vuelta para la elección presidenci­al. m

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