Reformar la educación, no reprimir
En recuerdo de la profesora María Cristina Ortega Juárez, que se despidió del planeta cantando, al escuchar la voz de mi madre.
Toda mi vida está ligada a los maestros. Mi abuelo, mis tías abuelas, mi madre, mis tías, todos mis hermanos, mis primos y primas, buena parte de mis sobrinos y decenas de amigos han sido o siguen siendo maestros. Estoy hablando de maestros normalistas, porque si abro el abanico al magisterio e investigación universitaria, entonces es casi el total de mi familia, incluyendo a mis hijos.
Los maestros y sus luchas llenan múltiples momentos de mi vida. Mi existencia misma se gestó gracias al magisterio de mi mamá, quien era profesora de mi primo mayor en la escuela primaria Árbol de la Noche Triste y por él conoció a mi papá.
Tenía apenas 10 años cuando acompañé a mi madre a una asamblea sindical realizada en el auditorio de las calles de Belisario Domínguez y de pronto escuché a un profesor, de una oratoria extraordinaria, se trataba de Othón Salazar Ramírez. En esos días solíamos encontrarlo por las calles vecinas a mi domicilio en la colonia Popotla.
Cuando el gobierno impuso el Plan de Once Años en 1960 y de paso cerró el internado de la Normal, los estudiantes tomaron el edificio de la SEP y el Ejército los desalojó inmediatamente, recuerdo las calles de Argentina y aledañas al Zócalo ocupadas por camiones, tanques y jeeps. Mi primo César Natharén, El Ches, estaba dentro y con mi tía abuela Esther fuimos a buscarlo.
En ese año estuve en el campamento del MRM (Movimiento Revolucionario del Magisterio), que ocupó varias semanas la primaria anexa a la Escuela Nacional de Maestros hasta que fueron reprimidos en el mes de agosto.
Casi toda mi familia fue cesada, entre ellos mi madre por ser huelguistas y othonistas.
La fase “actual” de 1989 a la fecha son las movilizaciones de la CNTE. Estamos viviendo un momento crítico. La educación pública vive una crisis, para superarla hace falta una reforma real: cambiar los sistemas pedagógicos; dotarla de recursos suficientes; jornada larga con talleres de música, computación, idiomas y mejorar los salarios, establecer la libertad sindical, sin control del SNTE ni de la CNTE, etc.
Es evidente que la “reforma” de Peña no es la requerida y se ha convertido en una “guerra” contra los normalistas. m