“Escribir es tratar de domar a la bestia”, dice Santiago Roncagliolo
El autor peruano vivió sus primeros años en la Ciudad de México, que “representó siempre para mí un lugar dulce, amable, apacible; quizá soy de los pocos que tienen esa visión”
Pegó la nariz contra la ventana del coche para que sus ojos infantiles vieran por última vez las calles de la Ciudad de México rumbo al aeropuerto Benito Juárez. Sus padres escucharon la vocecita que cantaba en el asiento trasero: “México lindo y querido/ si muero lejos de ti/ que digan que estoy dormido/ y que me traigan aquí”.
Así recuerda el escritor y dramaturgo Santiago Roncagliolo (Lima, 1975) aquella madrugada fría de 1982, cuando lo levantaron de la cama para viajar de regreso a su Perú natal. Tenía siete años. “No me acuerdo qué día de los años ochenta nos fuimos de México, pero sí recuerdo que volvimos a una ciudad en guerra”.
Quizá porque siendo un bebé llegó a México con sus padres, la lingüista Catalina Lohmann y el sociólogo y ex canciller peruano Rafael Roncagliolo, Santiago siempre se sintió parte de este país. Su infancia transcurrió en un apartamento de la avenida Mixcoac, la misma calle mexicana donde tres décadas más tarde, en 2004, se imprimió Pudor, su primera novela.
En los últimos días, Roncagliolo visitó Managua para participar en el cuarto encuentro de narradores Centroamérica cuenta, que cada año organiza Sergio Ramírez, y en los próximos días presentará en México su última novela, La noche de los alfileres. “México representó siempre para mí —quizá soy el único que tiene esa visión de la CdMx— un lugar dulce, amable, apacible. Porque cuando volvimos a Lima encontramos una ciudad sitiada, con apagones, bombas, asesinatos, terroristas, donde te podían disparar si te estacionabas frente a un cuartel militar, donde varias veces estuve en fuego cruzado”.
Por mucho tiempo pidió a sus padres regresar a México, pero ellos tenían responsabilidades en el Perú. “Yo les decía: ‘¿Por qué hemos venido a este lugar horrible? Mejor volvamos a México’”.
Justamente porque era un niño que había vivido en otro sitio, sabía que las cosas podían ser de otro modo. “Creo que esa sensación de que el mundo podía ser más de lo que yo veía, tiene mucho que ver con el hecho de ser escritor. Encontré en los libros otros mundos mejores, y luego empecé a escribir para inventar esos mundos mejores”, recuerda. “Además, creo que cobré conciencia muy pronto del lenguaje, porque al volver al Perú no entendía la mitad de las cosas que la gente decía. Así también supe que las palabras pueden separarte de la gente o marcar relaciones de poder. Mi conciencia sobre el poder de las palabras surgió realmente muy temprano”.
Autor de Abril rojo —Premio Alfaguara de Novela 2006— y del libro de cuentos Crecer es un oficio triste, entre otras obras, Roncagliolo vive desde hace 10 años en Barcelona junto a su esposa catalana y sus dos pequeños hijos.
La mayor parte del tiempo la dedica a la escritura. Cada mañana, de lunes a viernes, se sienta con rigor y alegría frente a la computadora: “Yo no creo en la inspiración, creo en el trabajo. A lo mejor se puede escribir un poema por inspiración, pero 400 páginas no se escriben por inspiración”, subraya.
La constancia es, para Roncagliolo, la clave del oficio, y su tema favorito el miedo: “Los personajes de mis novelas negras —La pena máxima y Abril rojo—, tienen miedos muy primarios: a situaciones políticas de un modo muy directo, a desaparecer por la calle, a que salgan de un carro cuatro tipos y te secuestren; a que estés en un banco y te toque el momento en que pongan una bomba… o a estar en el lugar equivocado cuando vienen los militares a hacer una matanza. “Creo que los miedos no se olvidan, sino que los pones en un registro, los entiendes. El miedo es siempre miedo a lo desconocido, a lo que ignoramos, lo que no controlamos, esté fuera o dentro de nosotros. Escribir es tratar de domar a la bestia, de hacer que ella funcione bajo tus reglas y no tú bajo las suyas”, concluye. m