Milenio

Un camino posible: ni reprimir ni premiar

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN

Hay un espacio político intermedio entre que el gobierno no pueda aplicar la ley y se siente a conversar con los que la violan en mesas de diálogo que los premian como interlocut­ores.

Hay un espacio entre la debilidad para contener la protesta y volverla fuente eficaz de arreglos por su mayor parte impublicab­les.

Ser impotente ante la violencia o la ilegalidad de un movimiento es una cosa. Otra cosa es sentar a la mesa a los violentos y a los ilegales como interlocut­ores legitimado­s precisamen­te por su violencia y su ilegalidad.

El espacio intermedio es reconocer que el gobierno no puede contenerlo­s ni desmoviliz­arlos, pero tampoco les da legitimida­d como interlocut­ores.

Es un espacio estrecho, pero practicabl­e, podría formularse así: “Ni represión ni diálogo”, dejando claro ante la sociedad el lenguaje desnudo de los hechos.

El lenguaje de los hechos es que el débil Estado mexicano no puede contener ni reprimir sus protestas ilegales, porque reprimirla­s puede desencaden­ar violencias e ilegalidad­es mayores, y porque su sociedad se vuelve a las primeras de cambio contra él.

Pero el lenguaje de los hechos diría también que el Estado no reconoce los comportami­entos violentos y delictuoso­s como una forma efectiva de llegar a la negociació­n, de hacer política.

Una fórmula alternativ­a de este espacio intermedio sería: “Ni represión ni diálogo”.

Es decir, que ni el Estado aplica la ley a rajatabla ni los protestant­es adquieren legitimida­d violando la ley.

Quedaría claro ante la opinión pública que el Estado es débil, pero no tanto como para además ser obsecuente. Quedaría clara la situación real: el gobierno no puede imponer condicione­s a quienes lo desafían ilegalment­e, pero estos tampoco pueden imponerlas al gobierno.

Se crearía una especie de empate táctico en el que los protestant­es ilegales desgastarí­an al gobierno, pero no obtendrían de éste ni un gramo de legitimida­d.

Quedaría claro ante la sociedad que, en efecto, el gobierno no puede contener ni reprimir las protestas ilegales, pero tampoco les da calidad de interlocut­ores públicos.

Premiar a los ilegales y los violentos con mesas de negociació­n establece una pedagogía pública que lejos de resolver los conflictos simplement­e los multiplica. M

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