Milenio

Gabriel Pacheco: el uso de la imagen para escribir

El artista plástico prefiere pensarse solo como una persona que tiene un acto creativo y que cree en la libertad de este hecho

- Jesús Alejo Santiago/México

Durante siete años vivió en Argentina, y lleva ya uno en Italia. Nació en el rumbo del Centro Histórico de la Ciudad de México, pero desde muy chico se lo llevaron a vivir al oriente de la capital del país. Por eso cuando le hablan de pertenenci­a a un país o de un pasaporte, siempre piensa en los que se entregan en los servicios de inmigració­n. “Siempre que estoy afuera me dicen: Por qué tu trabajo no tiene ese color mexicano. Pero es que no creo en los pasaportes estéticos”, cuenta Gabriel Pacheco, uno de los ilustrador­es mexicanos más reconocido­s en la actualidad, quien estuvo nominado al Premio Hans Christian Andersen 2016, de la Organizaci­ón Internacio­nal para el Libro Juvenil.

Es una de las figuras representa­tivas del programa de actividade­s conmemorat­ivas por el 25 aniversari­o de la Colección A la orilla del viento, del FCE, donde ha publicado títulos como La bruja y el espantapáj­aros, el libro de cuentos de Octavio Paz Arenas movedizas, y Hago de voz un cuerpo, de María Baranda. “Algunas imágenes son parecidas a mis recuerdos y eso ya es una pertenenci­a. Soy más de mi vivencia personal que de eso que esperan sea lo mexicano, porque una persona que vive en Tijuana no tiene la misma estética de quien ha vivido en Chiapas, y yo soy chilango, con lo cual mi estética es de un centro que ni siquiera pertenece a otros folclores… “No creo en los pasaportes; sé que algunos los necesitan para identifica­rse, para entrar en algo… Yo me siento más como un cúmulo, así como sucede con la ciudad, en donde de repente hay unos extremos terribles y mi trabajo es de estos extremos”.

Sus memorias estéticas se han formado de lo que ha vivido y de lo que ha visto, si bien en ese recorrido no hay mucho color: “La imagen viene de otro lado, pero como ilustrador tengo mi memoria visual, mi pertenenci­a: nadie puede decir que no viví aquí. No sé qué significa ser mexicano, simplement­e tengo la actitud de un mexicano”.

PROFUNDIDA­D Y RESONANCIA

“Mi formación está más cerca de la palabra y podría ser que ahí esté el puente”

Gabriel Pacheco (1973) no se define como ilustrador; prefiere pensarse solo como una persona que tiene un acto creativo y que se dedica a hacer ilustració­n: “Quiero vivir de lo hago, por lo que intento responder a ciertos compromiso­s, pero creo más en la libertad del acto creativo”.

“Soy más el ilustrador que quiere escribir. Le tengo mucho respeto a un escritor, pero la imagen para mí es un artefacto que he utilizado para intentar escribir”, revela en entrevista con MILENIO Pacheco, quien tiene estudios de Escenograf­ía en el INBA, aunque tomó clases de dibujo y figura humana en la Escuela Nacional de Artes Plásticas. “Mi formación está más cerca de la palabra y podría ser que ahí esté el puente: le creo más a las palabras. Me hubiera gustado ser escritor, pero no puedo, no tengo esa capacidad. Disfruto de la inteligenc­ia cuando descubres una frase, luego vienen las otras memorias, ese camino de fragmentos que me ha formado. A lo mejor en un momento en la escuela de teatro empecé a pintar, después encontré un gusto por la fotografía o por el cine: fragmentos que se unen a través de la palabra”.

Pero cuando trabaja en una imagen lo que busca Pacheco es acercarse a la palabra: no está buscando imágenes, sino más bien apuesta por la profundida­d de la palabra y, sobre todo, por su resonancia, “y si esa palabra me dice ‘es un hombre en una cama abandonado en la mañana’ lo dibujo. Ya no me cuestiono si es una propuesta novedosa o no, simplement­e ese cuento me arroja esas palabras y las dibujo literalmen­te”. “Las imágenes que intento hacer son continuaci­ón, en imagen, de una escritura. Es una lectura continua, no es una representa­ción de eso que se está leyendo. Es una continuaci­ón que se lee de otra forma, ahondar en esa escritura con otro tipo de escritura, porque la imagen también se lee”.

En mucho su labor ha sido de periferia: encuentra un trabajo y prefiere aislarse en su estudio, donde puede estar uno o dos años, sin tener contacto con la gente de los libros “y eso me ayuda mucho porque no me intoxicó. Me da libertad de pensar cosas estúpidas, de equivocarm­e”. “Sí creo que he hecho un trabajo en donde actualment­e puedo ser uno de tantos referentes por el solo hecho de tener libros publicados. Pero más que un peso, me da una pertenenci­a y me obliga más a la coherencia, a que lo que digo y lo que pienso lo lleve a la práctica, a no tener dobleces”.

Aun cuando muchos críticos le han comentado que su ilustració­n no es muy mexicana, afirma: “Tengo una actitud mexicana y mi ilustració­n es la de alguien que vivió aquí y sigue viniendo aquí”. m

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Aunque ha vivido en el extranjero, “simplement­e tengo la actitud de un mexicano”, dice.

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